martes, 30 de diciembre de 2014

392 canciones de Daniel Johnston para Daniel Johnston



A ninguna carne le interesa ser amada,
en lo más mínimo.

Cuando los días comiencen a irse,
veré que pongan en mi epitafio la letra
de todas las canciones que componen
los 23 álbumes
de un hombre
que es el ser más triste del mundo,
aunque él no lo sepa.

Un epitafio, digno y bueno,
en el cual me regodeo como un pez muriendo.

La tierra húmeda se mete por mi nariz.
estoy teniendo aquella conversación en un atasco,
y tu boca habla
y mi boca escucha
y aseguro, querida, reafirmo,
que el mar es profundo,
y si adentro mueres,
es porque no soportas ser el único pensamiento
inteligible, bajo el agua.

Comenzare a perforar mi corazón,
y con el paso de los días notare, que
lamentablemente el mayor agujero de mi cuerpo
esta consagrado
como un choque de lucidez en la mente
de un enfermo,
como el recuerdo primigenio de un hombre
que ha caminado durante 7 horas
sin rumbo alguno,
porque ha perdido la memoria.

Cada vez que trato de configurar
una idea,
acerca de lo que hago,
del camino que debo tomar,
entonces he olvidado de nuevo lo que pasa,
y la luz es irremediablemente azul y helada.

A ningún ser le interesa comprender que le aman,
a menos
que aquel sentimiento no sea único,
a menos
que el ser en cuestión,
ame.


martes, 9 de diciembre de 2014

Miles de pequeñas historias que no parecen relevantes

"Un hombre blanco que hubiera querido decirte una cosa hermosa, escribiría: <<No puedo olvidarte>>, Los africanos dicen: <<Pensamos que nunca puedes olvidarnos>>"

Karen Blixen


Siempre hay una historia real sustentada por miles de pequeñas historias que no parecen relevantes. Bajo corriendo a la cocina pero no hago ruido, busco comida en la nevera,  y en la alacena. Mi integridad moral es un trozo de pan con moho. 


Un amigo metido en un autobus,  mira de manera desinteresada todo lo que existe y asegura que la primera frase de un texto siempre debe ser verdadera. Que no lo dice él, que lo dice Hemingway. Que queremos a Hemingway, porque leer a Hemingway en completo silencio durante un año de soledad es hermoso. La primera linea debe ser sincera y cierta, sobretodo cierta. 

Cierro los ojos, son las 4:30 de la mañana, la habitación es oscura y los bordes de las cosas están iluminados por una pantalla, todo es lúcido. Hay un único sonido que es la voz de alguien, y esa voz es similar al agua. 

Me siento al borde de la piscina, afuera del complejo llueve, mi padre hace 100 mts y se queda en la otra orilla. Adoro el agua, abajo veo mis pies azules como si hubiera muerto, mis piernas increíblemente lisas. Tengo la impresión de que la vida es mucho más larga de lo que creíamos que sería. Me impulso desde la pared, toco el fondo, estoy dos metros abajo del oxigeno que necesito, giro para ver hacia arriba, las burbujas suben, y todo parece estar limpio afuera, el agua es azul y el cloro es sagrado, si alguien grita un mensaje ininteligible a través de la corriente inmóvil, no podre oírlo, porque mi tímpano es presionado por el agua, me impulso con la punta de los pies hacía la superficie, recuerdo que la primera vez que Hans Reiter vio un bosque de algas, lloraba debajo del agua. Antes de cruzar a la superficie y ahogarme en mi oxigeno, pienso si no sera raro recordar citas textuales mientras mis pulmones están contraídos, puede ser que no.

La gente ha ido abandonando la sala de cine lentamente, estoy sentada en la tercera silla de izquierda a derecha, en la penúltima fila. Una mujer en la pantalla espera por el cuerpo de su marido, cuya mano inerte debe estar sosteniendo una bolsa blanca con un par de zapatos. Hay un parto, aves negras atravesando la pantalla que tiene un cielo azul. Hay una masacre. Saco maní de una bolsita roja y lo como. Hay una anciana delgada, de pie frente al agua de un manglar hecho de casas, vestida pasa salir, bien peinada, con un par de nuevos zapatos, y una mano que acaba de acariciar lentamente su ataúd, junto a la cama, una madera modesta, un lugar silencioso.

Will McBride

CNN Latinoamerica pasa una noticia. Digo a mi familia lo que sé sobre 43 personas, ellos dicen lo que saben, la noticia se prolonga, almorzamos, me piden que sirva más Cocacola en los vasos, los lleno a tope. 



Conocí hace un par de meses a Alguien. Alguien lloró cuando escucho a su primer paciente, un niño ciego de 9 años, responder al primer item (De vez en cuando estoy triste/ Muchas veces estoy triste/ Siempre estoy triste.) del CDI de M. Kovacs, diciendo que a veces estaba triste, pero que sin embargo esa tristeza no era lo verdaderamente triste, sino que lo verdaderamente triste era que no podía llorar cuando sentía aquella tristeza, porque sufría también de un problema glandular, por eso cuando estaba al borde del llanto le picaban mucho los ojos y todo ardía. Pero, la verdad era que él no sabía como se sentía estar triste, porque creía que la tristeza eran las lagrimas, entonces el niño preguntó a Alguien, si para responder a esa pregunta era necesario haber llorado alguna vez, Alguien dijo que no y lloró. Luego, cuando el cuestionario siguió, el paciente de Alguien  deliberó de nuevo en el item número 20 (Nunca me siento solo/ Muchas veces me siento solo/ Siempre me siento solo) mientras decía, que quizás se sentía solo, porque aveces oía los pasos de su madre por la casa y cuando la llamaba ella no respondía nada, pero que de todas formas eso parecía bueno. Y luego preguntó a Alguien si sentirse solo podría también ser algo bueno, Alguien estuvo obligado a decir que no y lloró.



El acceso a los demás es una infamia. Ninguno de nosotros ha pensado en un tercero sin usarse a si mismo como modelo. Sabemos lo que se siente, hemos sentido miles de veces, pero jamas a los demás. Existe una sola historia, que es la propia, un pájaro no se estrella contra una ventana, de hecho, un pájaro ni siquiera se estrella. Todos los gestos hechos en una caminata silenciosa por el patio de una casa, son gestos perdidos, que no van a ningún lado, neuronas espejo que no se activan, movimientos que nadie ve. El acceso a los demás es incierto. El acceso a los demás son todas aquellas pequeñas historias que configuran la historia real, pero ¿sentirse solo podría también ser algo bueno?. 









lunes, 24 de noviembre de 2014

Roberto Bolaño (Fragmentos)


PROSA DEL OTOÑO EN GERONA

Una persona—debería decir una desconocida—que te acaricia, te hace bromas, es dulce contigo y te lleva hasta la orilla de un precipicio. Allí, el personaje dice ay o empalidece. Como si estuviera dentro de un caleidoscopio y viera el ojo que lo mira. Colores que se ordenan en una geometría ajena a todo lo que tú estás dispuesto a aceptar como bueno. Así empieza el otoño, entre el río Oñar y la colina de las Pedreras.


Después de un sueño (he extrapolado en el sueño la película que vi el día anterior) me digo que el otoño no puede ser sino el dinero. El dinero como el cordón umbilical que te comunica con las muchachas y el paisaje. El dinero que no tendré jamás y que por exclusión hace de mí un anacoreta, el personaje que de pronto empalidece en el desierto.


Sácame de este texto, querré decirle, muéstrame las cosas claras y sencillas, los gritos claros y sencillos, el miedo, la muerte, su instante, Atlántida cenando en familia.



LOS DETECTIVES SALVAJES

Un revolucionario de verdad, les dije yo con la voz más triste del mundo, pero también un hombre de Obregón, la pureza no existe, muchachos, desengáñense, la vida es una mierda. 

Después de coger a mi general le gustaba salir al patio a fumarse su cigarro y a pensar en la tristeza poscoito, en la pinche tristeza de la carne, en todos los libros que no había leído.

Muchachos, les dije, que veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y que ese fracaso se llamaba alegría.

Si vieras a mi hija, le digo, te enamorarías de ella. Ah qué don Joaquín, dice él. Pero yo le insisto: si la vieras caerías a sus pies como un pájaro herido, José Manuel, y comprenderías de golpe un montón de cosas que ahora no entiendes.

Este país es una mierda, dijo Albertito. No funciona la policía, ni los hospitales, ni las cárceles, ni las morgues, ni los servicios de pompas fúnebres.

es una broma, Amadeo, el poema es una broma que encubre algo muy serio.

Durante un segundo de lucidez tuve la certeza de que nos habíamos vuelto locos. Pero a ese segundo de lucidez se antepuso un supersegundo de superlucidez (si me permiten la expresión) en donde pensé que aquella escena era el resultado lógico de nuestras vidas absurdas. No era un castigo sino un pliegue que se abría de pronto para que nos viéramos en nuestra humanidad común.

No era la constatación de nuestra ociosa culpabilidad sino la marca de nuestra milagrosa e inútil inocencia.


Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, calle Granada del Penedés, Barcelona, julio de 1994. 
Durante un tiempo la Crítica acompaña a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompasándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela es señal inequívoca de muerte segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.


2666

Cuando Hans Reiter vio por primera vez un bosque de algas se emocionó tanto que se puso a llorar debajo del agua. Esto parece difícil, que un ser humano llore mientras bucea con los ojos abiertos, pero no olvidemos que Hans tenía entonces sólo seis años y que en cierta forma era un niño singular.


Al despertar el adolescente de catorce se encuentra en una habitación pobre, con una cama pobre y un ropero pobre en donde cuelgan sus ropas de pobre. Al asomarse a la ventana contempla extasiado el paisaje urbano de Nueva York. Las aventuras del joven en la gran ciudad, no obstante, son desgraciadas. Conoce a un músico de jazz que le habla de pollos parlantes y probablemente pensantes. 
–Lo peor de todo –le dice el músico– es que los gobiernos del planeta lo saben y por eso hay tantos criaderos de pollos.    
El joven objeta que los pollos son criados para que ellos mismos se los coman. El músico contesta que eso es lo que quieren los pollos. Y termina diciendo: 
–Putos pollos masoquistas, tienen a nuestros dirigentes cogidos por los huevos.




El agua y Mongolia - Toriko Takarabe




No pienso en el mar cuando tomo agua.
De pie en la cocina,
sólo alzo la mirada hacia el sucio ventilador azul.

No siento ni en el corazón ni en la espalda
las oleadas lejanas de la boca del río o de la bahía.
Que en medio de la llanura de Mongolia, parecida al mar,
haya un paso
con televisor
no se me ocurre, tampoco que el cuerpo humano
sea casi por completo de agua
ni que el alma sea de agua.

Cuando tomo agua,
con cariño corre una oveja por la tráquea
como una pincelada pianísima.
En ese instante el cuerpo sosegado
tiembla con fuerza,
pero no pienso en los mongoles que persiguen las ovejas
cuando el agua atraviesa la garganta

Ni tú pensarás cuando tomas agua
en hombres mongoles.
Ante el eco del sonido gutural,
no se te ocurrirá pensar
que los mongoles caminan hacia la orilla
a grandes zancadas con botas largas de cuero de oveja

Caminen, hasta donde resplandece el agua.
Al soplar el viento sobre la llanura seca de la orilla,
los pastos bajitos ondulan, como si las ovejas
estuvieran dormitando.
Los pastos secos se erizan susurrantes contra el viento,
la agilidad de los susurros movedizos,
¡qué brincos tan suaves!: –nada de esto
lo pensarán cuando el agua atraviesa la garganta.

Sólo de un vaso transparente
tomamos agua a borbotones sin pensar en nada.
Es lo más lógico.

domingo, 23 de noviembre de 2014

No es cruel el mundo



No es cruel el mundo,
pero yo exijo un nuevo amor,
un corazón soberbio, altivo y minimalista,
que no cree,
incapaz por completo de ver,
de existir.

El mundo es suficientemente violento,
¿y si no lo es?
aquel amor lo sera
todo lo que se estrelle contra él
tendrá que morir, o torcerse hasta desaparecer,
el camino largo y estúpido por el que
debe el mundo desfilar, arrastrándose,
sera su camino, no dolerá.

Rechino los dientes,
Nunca he sido destruida como debería,
jamas he sido lastimada desde fuera,
pero he visto el hielo quemando
decenas de veces.

Recuerdo una golpiza brutal,
y mucho llanto,
el metal chorreándome de la boca,
el silencio,
la poca autoridad para vivir
con la que nacen los niños,
el camino de las manos agarradas fuertemente al vacío,
un pensamiento que traspasa el amor de mi padre,
el de mi madre,
el de mi hermano,
y se queda en la cara de aquella mujer herida,
que no soy yo,
aquella mujer que de ninguna manera soy, ni seré, nunca, jamas, no.
aquella persona que no existe,
ni siquiera para sí misma.

cierro la puerta, veo el cuerpo de todos,
salgo y no hay más que millones de cuerpos extraños
que se tocan levemente y eso esta bien,
caras de niños.

Llueve desde que nací,
hemos tratado de movernos por lo bajo,
modificar aquella dirección,
sin embargo no hay más caminos.

Solo
este charco de neón,
este pequeño sueño del asesinato:
El parricidio es valido únicamente
cuando quien muere
no es tu verdadero padre, sino el otro
el impostor.

No es cruel el mundo,
piensa que se hunden los que deben,
y que alguien en alguna habitación
conoce el lugar de la tormenta
donde la luz y el sonido son la misma cosa.

El lugar en el que nacía todo,
pero nacía muerto.


sebastião salgado 


viernes, 26 de septiembre de 2014

El baño suabo (Fragmento: En tierras bajas) - Herta Müller

Es un sábado por la tarde. El calentador del baño tiene el vientre al rojo vivo. La ventanilla de ventilación está herméticamente cerrada. La semana anterior, Arni, un niño de dos años, había cogido un catarro por culpa del aire frío. La madre lava la espalda del pequeño Arni con unos pantaloncitos desteñidos. El pequeño palmotea a su alrededor. La madre saca al pequeño Arni de la bañera. Pobre crío, dice el abuelo. A los niños tan pequeños no hay que bañarlos, dice la abuela. La madre se mete en la bañera. El agua aún está caliente. El jabón hace espuma. La madre se restriega unos fideos grises del cuello. Los fideos de la madre nadan sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde amarillento. La madre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la madre al padre. El padre se mete en la bañera. El agua está caliente. El jabón hace espuma. El padre se restriega unos fideos grises del pecho. Los fideos del padre nadan junto con los fideos de la madre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde parduzco. El padre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice el padre a la abuela. La abuela se mete en la bañera. El agua está tibia. El jabón hace espuma. La abuela se restriega unos fideos grises de los hombros. Los fideos de la abuela nadan junto con los fideos de la madre y del padre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde negro. La abuela sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la abuela al abuelo. El abuelo se mete en la bañera. El agua está helada. El jabón hace espuma. El abuelo se restriega unos fideos grises de los codos. Los fideos del abuelo nadan junto con los fideos de la madre, del padre y de la abuela sobre la superficie del agua. La abuela abre la puerta del cuarto de baño. Luego mira en dirección a la bañera. No ve al abuelo. El agua negra se derrama sobre el borde negro de la bañera. El abuelo ha de estar en la bañera, piensa la abuela, que cierra tras de sí la puerta del cuarto de baño. El abuelo deja correr el agua sucia de la bañera. Los fideos de la madre, del padre, de la abuela y del abuelo dan vueltas sobre la boca del desagüe.

La familia suaba se instala, recién bañada, ante la pantalla del televisor. La familia suaba, recién bañada, aguarda la película del sábado por la noche


Solomon (Jacob Reynolds) - Gummo 

domingo, 21 de septiembre de 2014

Diálogo

El Desencanto (1976)
Director: Jaime Chávarri. 




"Michi" Panero y Felicidad Blanc:


- Reina, era un perra creo recordar... bastante dudosa, que se lió con un perro de...

-No, con uno no, con varios.

-Ya. Y entonces yo recuerdo de ti, que cuando Reina pario una serie de perros...

- Dulcifica un poco eso.

- Bueno; "dio a luz". Entonces eran todos blancos, menos uno negro, al que le perdonaste la vida porque dijiste: "Ay pobrecito,  que feo es y que negro es, vamos a conservarle la vida", vaya si un sadismo feroz, porque debías haber conservado los blanquitos. Pero yo recuerdo de ti que una mañana me cogiste a mí y a Leopoldo, porque papá no quería ver para nada toda aquella...

- Sí, me había dado una orden perentoria, cuando vuelva de Madrid... no quiero ver ninguno de estos perritos en casa.

- Entonces yo recuerdo que nos cogiste a mí y a Leopoldo, o no sé si a mí solo,

- No, a los dos... quería que contemplarais...

- No, no no, perdona. Y entonces recuerdo una cosa genial, que es que tú metiste  todos los perros que eran como ratas, en una caja, y le hiciste agujeritos. Entonces luego te acompañamos hasta el puente ¿no?, y entonces cogiste  ante nuestro estupor, con la caja llena de agujeritos, tiraste los perros al río. Ahora, yo te querría preguntar ¿por qué hiciste agujeritos a la caja?

- Bueno porque un rato antes de matarlos pensaba que iban mas a gusto a la muerte con la caja llena de agujeritos. Hay que tener también un poco de caridad en eso.

- ¿para que respiraran?

- Claro

- Ajam...

-No juzgues por esa crueldad a tu madre. Es dulcificar los últimos momentos de un condenado a muerte, más bien.



***


"Michi" Panero:

Por mi experiencia personal a lo largo de estos años, me temo que no vamos a tener descendencia. Entonces me interesa resaltar eso, porque somos un fin de raza...  nada Wagneriano. Somos un fin de raza Astorgano, muy erosionado por el tiempo. Y que tampoco es nuestra la culpa, es decir, llevamos tantos hectolitros de alcohol en nuestra sangre, tanto por parte de padre como de madre, que ha habido un momento en que por lo visto no damos más de sí.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Ellos también olvidaron

                                                                       Emmet Gowin

La razón por la que ver un perro durante horas frente a una puerta cerrada es un nuevo milagro en mi vida, es porque ya he olvidado, así como también lo hicieron mis padres, y los padres de mis padres, y los padres de mis dioses, y mis dioses con sus caras redondas, antes de ser violados por los buenos hombres de los barcos. Ellos también olvidaron.

Ya se ha dicho todo sobre la soledad. Todo. Cualquier cosa que puedas o no pensar a sido dicha. La soledad te desorienta frente al mundo porque esta ordenada solo dentro de ti. Un hombre desnudo, se acuesta en su sofá, y masculla cosas mientras respira, la piel sobre sus pulmones parece hacerse cada vez más delgada, cada vez más blanca, sus costillas son enormes, y él sigue respirando y mascullando cosas, en un instante desesperado se voltea y solloza jadeando como un perro enfermo durante unos 10 segundos contra una almohada dura que decora el sofá, luego vuelve a su posición anterior, respira profundamente, los pelos del cuerpo se le crispan, hace cara de bebé a punto de llorar, y entonces se levanta de golpe, cierra las ventanas y va a la cocina a prepararse un sándwich. la soledad es cambiar de animo sin que le importe nada a nadie, y  luego gritar mientras te ríes con la boca llena de pan, porque no se sabe si te estas volviendo loco, o es que acaso llevaras demasiadas semanas solo.


La razón por la que me conmueve una habitación mal iluminada en la que tres adolescentes duermen como si no tuviesen conciencia, vestidos con jeans y camisetas sucias, mientras yo los miro agarrándome las rodillas, es porque ya he olvidado, así como también lo hicieron mis padres, y los padres de mis padres, y los padres de mis dioses, y mis dioses con sus caras redondas, antes de comprender verdaderamente lo que los otros saben acerca de la cópula, lo que los otros creen que es el amor. Mis dioses con sus caras redondas que miran como pequeños animales estériles, rascando sus barrigas hinchadas y llenas de aire, no pueden entender las segundas intenciones, ni la mano que pasa por debajo de sus ropas sagradas mientras ellos cierran sus ojos y suspiran, el aire se corta en tres. Ellos también olvidaron.




Como todo ha sido dicho, y la soledad explicada, y la vida desentrañada, así como Salomón el hombre más sabio de la tierra, dijo. Entonces, propongo que tal y cómo se hizo en el pasado, pongamos una tapa en el sifón del lavaplatos, dejemos abierto el grifo con agua tibia, nos desnudemos y tomemos un baño, como si no hubiésemos dejado de tener dos años nunca. Una madre pondrá al fuego vegetales increíblemente verdes, picados previamente con un afilado cuchillo como de carnicero, los vegetales irán en julianas, como nos ha enseñado ese canal de cocina en el 404, al que tanto le debemos. Habrá vapor,  jabón en los ojos y ademas tenemos permiso de quitar la tapa del sifón cuando el baño haya terminado, entonces 
veremos cómo el agua desciende y el sifón se la traga como el ojo de un huracán que arrastra todo a su estomago, y así hasta que volvamos a ser personas de más de un metro sesenta y cinco, desnudas, metidas en un lavaplatos, con los dedos de los pies arrugados por el agua y una sonrisa ejemplar. No habrá que explicar nada, y eso es lo mejor de todo, nos callaremos y no diremos nada a las nuevas generaciones, así ellos tampoco sabrán qué es lo que deben explicar.

La principal razón, por la que llega a sorprenderme tanto la idea de una perfecta construcción lógica, casi hasta hacerme sangrar la nariz, es porque ya he olvidado, así como también lo hicieron mis padres, y los padres de mis padres, y los padres de mis dioses, y mis dioses con sus caras redondas antes de ser aplastados por el razonamiento de un anciano de barba, fanático de la taxonomía y del vino. Ellos también olvidaron.



lunes, 18 de agosto de 2014

Una persona demasiado dulce

Yo necesito decir
que mis ojos están hinchados y rojos,
que son enormes y brillantes,
que la capa transparente de agua
es solamente demasiada luz estancada.

Me miro al espejo, y lo sé.

hubiera preferido ser una muchacha divertida
caminando con gracia
sobre millones de átomos
que no dejan de moverse nunca en el suelo.

Cada cosa que conoces rechina siempre,
nunca la boca que te habla
es la misma que escupe muy despacio
en otra boca,
la saliva es tibia y lisa
como un hilo transparente ahogándote
(saboreas y tragas).

El paso
de un ave delgada y fascinante, 
atrapada desnuda
en una pantalla de televisión.

En realidad casi siempre soy una pequeña chica
de enormes ojos tristes,
que sonríe cuando escucha la palabra
'Visceral'
o
'Silogismo'
y luego recuerda que había
algo importante que quería decir,
pero que eso
ya ha sido dicho antes, cientos de veces.

En realidad soy,
solamente...
una persona demasiado dulce.

                                                                                    Jenny Saville



lunes, 11 de agosto de 2014

Animalitos inexpresivos (Fragmento) - David Foster Wallace



—Te voy a contar otra historia para que la tengas preparada. Para cuando no te dejen en paz. Ya verás cómo se la tragan.

—No va a derrotarte. Está demasiado aterrorizado incluso para ponerse de pie. He tenido que pasar por encima de él para llegar hasta aquí.

Julie niega con la cabeza:

—Cuéntales que tenías ocho años. Tu hermano tenía cinco y no sabía hablar. Diles que tu madre tenía una cara agotada e inexpresiva. Que había ido volviéndose cada vez más fea, primero por culpa de los hombres y luego de ella misma. Que su cara permanecía inexpresiva, enamorada de un hombre silencioso e impávido que os dejó tirados tocando un trozo de madera al lado de una carretera. Diles que tu madre os abandonó en un campo de hierba seca. Diles que el campo, el cielo y la carretera eran del color de una colada sucia. Diles que te pasaste todo el día tocando un poste, que allí estaban tu mano y la mano blanca de un niño tarado. Que esperabas que regresara porque hasta entonces lo había hecho siempre. 

Faye espolvorea el maquillaje.

—Diles que había una vaca. —Julie traga saliva—. Estaba en el campo, junto al sitio donde tú estabas tocando la cerca. Diles que la vaca estuvo allí todo el día, masticando algo que se había tragado hacía mucho rato y mirándote. Diles que la cara de la vaca no tenía ninguna expresión. Que se pasó el día entero allí, mirándoos con una cara enorme que carecía por completo de expresión. —Julie suspira—. Que casi te entraron ganas de gritar. El viento sonaba como alguien gritando. Y tú allí de pie, tocando la madera todo el día con una criatura que era la encarnación del silencio. Que podía, ya sabes, quedarse ahí indefinidamente, esperando al único coche que conocía y sin sentir la necesidad de comprender nada. Y una vaca te estaba mirando, ahí delante, igual que podría estar mirando cualquier otra cosa.

Faye quita el maquillaje sobrante con una toallita. Julie se seca los labios pintados en el secante que le alcanza Faye.

—Diles que todavía hoy no puedes soportar a los animales, porque las caras de los animales no tienen ninguna expresión. Ni siquiera un asomo de expresión. Diles que alguna vez miren la cara de un animal, que la miren de verdad.

Faye le pasa los dedos a Julie por el pelo de punta húmedo.

Julie mira a Faye en el espejo rodeado de bombillas:

—Y luego diles que miren de cerca las caras de los hombres. Diles que se detengan un instante y miren la cara de un hombre. La cara de un hombre está totalmente vacía. Mírala de cerca. Diles que miren ellos también. No lo que hacen las caras, porque las caras de los hombres nunca dejan de moverse, son como antenas. Pero lo único que hacen sus caras es moverse e ir adoptando diferentes configuraciones del vacío.

Faye busca la mirada de Julie en el espejo. Julie dice: —Diles que en las máscaras de los hombres no hay agujeros para meter los dedos. Diles que es imposible querer algo que no se puede coger con los dedos.

Julie hace girar la silla de maquillaje y levanta los ojos hacia Faye:

—Por eso te quiero a ti, si es que te quiero —susurra, pasándose un dedo por la mejilla cubierta de polvo blanco e intentando trazar una línea curva de color blanco en la cara de Faye—. Es por tu cara cuando adopta una expresión. Intenta mirarte desde fuera, siempre desde una perspectiva distinta. Dile a la gente que sabes que tu cara pierde su belleza cuando está en reposo.

Echolilia -  Timothy Archivald

jueves, 24 de julio de 2014

Discurso de Caracas (Venezuela) - Roberto Bolaño





Siempre tuve un problema con Venezuela. Un problema infantil, fruto de mi educación desordenada, problema mínimo pero problema al fin y al cabo. El centro de este problema es de índole verbal y geográfica. También es probable que se deba a una especie de dislexia no diagnosticada.

No quiero decir con esto que mi madre no me llevara nunca al médico, al contrario, hasta los diez años fui visitante asiduo de consultas y hasta de hospitales, pero a partir de entonces mi madre creyó que ya era suficientemente fuerte como para aguantarlo todo. Pero volvamos al problema. Cuando era pequeño jugaba al futbol. Mi número era el 11, el número de Pepe y de Zagalo en el mundial de Suecia, y fui un jugador entusiasta, pero bastante malo, aunque mi pierna buena era la izquierda y se supone que los zurdos no desentonan en un partido. En mi caso no era cierto, yo desentonaba casi siempre, aunque de vez en cuando, una vez cada seis meses, por ejemplo, hacía un partido bueno y recobraba una parte al menos del enorme crédito perdido. Por las noches, como es natural, antes de dormirme, pensaba y le daba vueltas a mi lamentable condición de futbolista. Y fue entonces cuando tuve el primer atisbo consciente de mi dislexia. Yo chutaba con la izquierda pero escribía con la derecha. Eso era un hecho. Me hubiera gustado escribir con la izquierda, pero lo hacía con la derecha. Y ahí estaba el problema. Por ejemplo, cuando el entrenador decía: pásale al de tu derecha, Bolaño, yo no sabía a qué lado tenía que pasar la pelota. E incluso a veces, jugando por la banda izquierda, ante la voz desgañitada de mi entrenador yo me paraba y tenía que pensar: izquierda-derecha. Derecha era el campo de futbol, izquierda era sacarla fuera, hacia los pocos espectadores, niños como yo, o hacia los potreros miserables que rodeaban los campos de futbol de Quilpué, o de Cauquenes, o de la provincia de Bío-Bío. Con el tiempo, por supuesto, aprendí a tener una referencia cada vez que me preguntaban o me informaban de una calle que estaba a la derecha o a la izquierda, y esa referencia no fue la mano con la que escribo sino el pie con el que le pego a la pelota. Y con Venezuela tuve, más o menos por las mismas fechas, es decir hasta ayer mismo, un problema similar. El problema era su capital. Para mí lo más lógico era que la capital de Venezuela fuera Bogotá. Y la capital de Colombia, Caracas. ¿Por qué? Pues por una lógica verbal o una lógica de las letras. La uve o ve baja del nombre Venezuela es similar, por no decir familiar, a la b de Bogotá. Y la ce de Colombia es prima hermana de la ce de Caracas. Esto parece intrascendente, y probablemente lo sea, pero para mí se constituyó en un problema de primer orden, llegando en cierta ocasión, en México, durante una conferencia sobre poetas urbanos de Colombia, a hablar de la potencia de los poetas de Caracas, y la gente, gente tan amable y educada como ustedes, se quedó callada a la espera de que tras la digresión sobre los poetas caraqueños pasara a hablar de los poetas bogotanos, pero lo que yo hice fue seguir hablando de los poetas caraqueños, de su estética de la destrucción, e incluso los comparé con los futuristas italianos, salvando las distancias, claro, y con los primeros letristas, el grupo de Isidore Isou y Maurice Lemaître, el grupo del que saldría el germen del situacionismo de Guy Debord, y la gente a esas alturas empezó a hacer cábalas, yo creo que pensaban que los bogotanos se habían trasladado en masa a Caracas, o que los caraqueños habían tenido un papel determinante en este grupo de nuevos poetas bogotanos, y cuando di por terminada la conferencia, con un final abrupto, tal como entonces me gustaba acabar cualquier conferencia, la gente se levantó, aplaudió tímidamente y se marchó corriendo a consultar el afiche de la entrada, y cuando yo salí, acompañado por el poeta mexicano Mario Santiago, que siempre iba conmigo y que seguramente se había dado cuenta de mi error aunque no me lo dijo por que para Mario los errores y los gazapos y los equívocos eran como las nubes de Baudelaire que pasan por el cielo, es decir que hay que mirar pero no corregir, al salir, decía, nos encontramos con un viejo poeta venezolano, y cuando digo viejo recuerdo ese momento y el poeta venezolano probablemente era más joven de lo que yo soy ahora, que nos dijo con lágrimas en los ojos que tenía que haber un error, que él jamás había oído ni una palabra sobre esos poetas misteriosos de Caracas.

A estas alturas del discurso presiento que don Rómulo Gallegos debe estar revolviéndose en su tumba. Pero a quién le han dado mi premio, estará pensando. Perdone, don Rómulo. Pero es que incluso doña Bárbara, con b, suena a Venezuela y a Bogotá, y también Bolívar suena a Venezuela y a doña Bárbara; Bolívar y Bárbara, qué buena pareja hubieran hecho, aunque las otras dos grandes novelas de don Rómulo, Cantaclaro y Canaima, podrían perfectamente ser colombianas, lo que me lleva a pensar que tal vez lo sean, y que bajo mi dislexia acaso se esconda un método, un método semiótico bastardo o grafológico o metasintáctico o fonemático o simplemente un método poético, y que la verdad de la verdad es que Caracas es la capital de Colombia así como Bogotá es la capital de Venezuela, de la misma manera que Bolívar, que es venezolano, muere en Colombia, que también es Venezuela y México y Chile. No sé si entienden a dónde quiero llegar. Pobre negro, por ejemplo, de don Rómulo, es una novela eminentemente peruana. La casa verde, de Vargas Llosa, es una novela colombiano-venezolana. Terra nostra, de Fuentes, es una novela argentina y advierto que mejor no me pregunten en qué baso esta afirmación porque la respuesta sería prolija y aburridora. La academia patafísica enseña, de forma por demás misteriosa, la ciencia de las soluciones imaginarias que es, como sabéis, aquella que estudia las leyes que regulan las excepciones. Y este sobresalto de letras, de alguna manera, es una solución imaginaria que exige una solución imaginaria. Pero volvamos a don Rómulo antes de meternos con Jarry y notemos, de paso, algunas señales extrañas. Yo me acabo de ganar el decimoprimer premio Rómulo Gallegos. El 11. Yo jugaba con el 11 en la camiseta. Esto, a ustedes, les parece una casualidad, pero a mí me deja temblando. El 11 que no sabía distinguir la izquierda de la derecha y que por lo tanto confundía Caracas con Bogotá, acaba de ganar (y aprovecho este paréntesis para agradecerle una vez más al jurado esta distinción, especialmente a Ángeles Mastretta) el decimoprimer premio Rómulo Gallegos. ¿Qué pensaría don Rómulo de esto? El otro día, hablando por teléfono, Pere Gimferrer, que es un gran poeta y que además lo sabe todo y lo ha leído todo, me dijo que hay dos placas conmemorativas en Barcelona, en sendas casas donde vivió don Rómulo. Según Gimferrer, aunque sobre el particular no ponía las manos en el fuego, en una de estas casas comenzó el gran escritor venezolano a escribir Canaima. La verdad es que 99.9 % de las cosas que dice Gimferrer me las creo a pie juntillas, y entonces, mientras Gimferrer hablaba (una de las casas donde había una placa no era una casa sino un banco, lo que planteaba una serie de dudas, por ejemplo si don Rómulo en su estancia en Barcelona —y digo estancia y no exilio porque un latinoamericano jamás está exiliado en España— había trabajado en un banco o si el banco vino después a instalarse en la casa en donde vivió el novelista), como decía, mientras el poeta catalán hablaba, yo me puse a pensar en mis ya lejanos pero no por ellos menos agotadores, sobre todo en la memoria, paseos por el Ensanche, y me vi otra vez allí, dando tumbos en 1977, 1978, tal vez 1982, y de repente creí ver una calle al atardecer, cerca de Muntaner, y vi un número, vi el número 11 y luego caminé un poco más, unos pasos más, y allí estaba la placa. Eso es lo que vi mentalmente. Pero también es probable que en los años que viví en Barcelona pasara por esa calle, y viera la placa, una placa que posiblemente pone Aquí vivió Rómulo Gallegos, novelista y político, nacido en Caracas en 1884 y muerto en Caracas en 1969 y después, en letras más chiquitas, otras cosas, los libros, los blasones, etcétera, y es posible que yo pensara, sin detenerme: otro escritor colombiano famoso, y eso sólo es posible que lo pensara sin detenerme, insisto, pues la verdad es que entonces ya había leído a don Rómulo como lectura obligatoria no sé si en un liceo chileno o en una prepa mexicana y me gustaba Doña Bárbara, aunque según Gimferrer es mejor Canaima, y por supuesto sabía que don Rómulo era venezolano y no colombiano. Lo que realmente significa poco, ser colombiano o ser venezolano, y en este punto volvemos como rebotados por un rayo a la b de Bolívar, que no era disléxico y al que no le hubiera disgustado una América Latina unida, un gusto que comparto con el Libertador, pues a mí lo mismo me da que digan que soy chileno, aunque algunos colegas chilenos prefieran verme como mexicano, o que digan que soy mexicano, aunque algunos colegas mexicanos prefieren considerarme español, o, ya de plano, desaparecido en combate, e incluso lo mismo me da que me consideren español, aunque algunos colegas españoles pongan el grito en el cielo y a partir de ahora digan que soy venezolano, nacido en Caracas o Bogotá, cosa que tampoco me disgusta, más bien todo lo contrario. Lo cierto es que soy chileno y también soy muchas otras cosas. Y llegado a este punto tengo que abandonar a Jarry y a Bolívar e intentar recordar a aquel escritor que dijo que la patria de un escritor es su lengua. No recuerdo su nombre. Tal vez fue un escritor que escribía en español. Tal vez fue un escritor que escribía en inglés o francés. La patria de un escritor, dijo, es su lengua. Suena más bien demagógico, pero coincido plenamente con él, y sé que a veces no nos queda más remedio que ponernos demagógicos, así como a veces no nos queda más remedio que bailar un bolero a la luz de unos faroles o de una luna roja. Aunque también es verdad que la patria de un escritor no es su lengua o no es sólo su lengua sino la gente que quiere. Y a veces la patria de un escritor no es la gente que quiere sino su memoria. Y otras veces la única patria de un escritor es su lealtad y su valor. En realidad muchas pueden ser las patrias de un escritor, a veces la identidad de esta patria depende en grado sumo de aquello que en ese momento está escribiendo. Muchas pueden ser las patrias, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida. Y aceptar esa evidencia aunque a veces nos pese más que la losa que cubre los restos de todos los escritores muertos. La literatura, como diría una folclórica andaluza, es un peligro.



Y ahora que he vuelto, por fin, sobre el número 11, que es el número de los que corren por la banda, y que he mencionado el peligro, recuerdo aquella página del Quijote en donde se discute sobre los méritos de la milicia y de la poesía, y supongo que en el fondo lo que se está discutiendo es sobre el grado de peligro, que también es hablar sobre la virtud que entraña la naturaleza de ambos oficios. Y Cervantes, que fue soldado, hace ganar a la milicia, hace ganar al soldado ante el honroso oficio de poeta, y si leemos bien esas páginas (algo que ahora, cuando escribo este discurso, yo no hago, aunque desde la mesa donde escribo estoy viendo mis dos ediciones del Quijote) percibiremos en ellas un fuerte aroma de melancolía, porque Cervantes hace ganar a su propia juventud, al fantasma de su juventud perdida, ante la realidad de su ejercicio de la prosa y de la poesía, hasta entonces tan adverso. Y esto me viene a la cabeza porque en gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creímos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos,como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia, en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados. Y es ése el resorte que mueve a Cervantes a elegir la milicia en descrédito de la poesía. Sus compañeros también estaban muertos. O viejos y abandonados, en la miseria y en la dejadez. Escoger era escoger la juventud y escoger a los derrotados y escoger a los que ya nada tenían. Y eso hace Cervantes, escoge la juventud. Y hasta en esta debilidad melancólica, en este hueco del alma, Cervantes es el más lúcido, pues él sabe que los escritores no necesitan que nadie le ensalce el oficio. Nos lo ensalzamos nosotros mismos. A menudo nuestra forma de ensalzarlo es maldecir la mala hora en que decidimos ser escritores, pero por regla general más bien aplaudimos y bailamos cuando estamos solos, pues éste es un oficio solitario, y recitamos para nosotros mismos nuestras páginas y ésa es la forma de ensalzarnos y no necesitamos que nadie nos diga lo que tenemos que hacer y mucho menos que tras una encuesta nuestro oficio sea elegido el oficio más honroso de todos los oficios. Cervantes, que no era disléxico pero al que el ejercicio de la milicia dejó manco, sabía perfectamente bien lo que se decía. La literatura es un oficio peligroso. Lo que nos lleva directamente a Alfred Jarry, que tenía una pistola y le gustaba disparar, y al número 11, el extremo izquierdo que mira de reojo, mientras pasa como una bala, la placa y la casa donde vivió don Rómulo, que a estas alturas del discurso espero que ya no esté tan enojado conmigo, ni se le vaya a aparecer en sueños a Domingo Miliani para preguntarle por qué me dieron el premio que lleva su nombre, un premio para mí importantísimo, soy el primer chileno que lo obtiene, un premio que dobla el desafío, si eso fuera posible, si el desafío por su propia naturaleza, en aras de su propia virtud, ya no estuviera previamente doblado o triplicado. Un premio, según lo anterior, sería un acto gratuito y ahora que lo pienso, pues es verdad, algo tiene de acto gratuito. Es un acto gratuito que no habla de mi novela ni de sus méritos sino de la generosidad de un jurado. (Entre paréntesis: hasta ayer no conocía a ninguno.) Esto que quede claro, pues como los veteranos del Lepanto de Cervantes y como los veteranos de las guerras floridas de Latinoamérica mi única riqueza es mi honra. Lo leo y no lo creo. Yo hablando de honra. Puede que el espíritu de don Rómulo no se le aparezca en sueños a Domingo Miliani sino a mí. Estas palabras están escritas ya en Caracas (Venezuela) y una cosa está clara: don Rómulo no se me puede aparecer en sueños por la simple razón de que no puedo dormir. Afuera cantan los grillos. Calculo, a ojo de buen cubero, que serán unos diez mil o veinte mil. En el canto de uno de esos grillos tal vez está la voz de don Rómulo, confundida, dichosamente confundida, en la noche venezolana, en la noche americana, en la noche de todos nosotros, los que duermen y los que no podemos dormir. Me siento como Pinocho.




martes, 15 de julio de 2014

Un buzón de sugerencias


Nigel Van Wieck

Entro en el hospital, presiono el numero 6, el ascensor se eleva en un par de segundos y se parte a la mitad por el frente, salgo. Mi doctor dice que tengo que dejar la goma de mascar, que tengo que dejar de dormir mal, que tengo que dejar de ver afuera, que no puedo seguir comiendo carne, mi doctor sugiere amablemente que abandone mi estado de preocupación y así sanare.

Me siento en la sala. Mi padre dice que deje de preocuparme, que no pase más horas así, sentada frente a la computadora pensando cosas terribles, mi padre dice que duerma bien, que coma mejor, mi padre dice que eche un vistazo afuera, mi padre sugiere amablemente que me siente junto a la ventana como antes y lea mis libros al sol.

Subo en una bicicleta roja, amarro mis zapatos con fuerza, pedaleo dos veces en falso y luego mi cuerpo se erige como la vieja columna de un templo y en una posición perfectamente correcta, pedaleo más rápido. Mi madre dice que baile a mayor velocidad, que no abandone el deporte, que levante aún más plegarías, mi madre dice que me quiere, pregunto ¿me quieres? Y ella dice: hasta el cielo, mi madre dice que tengo que dejar de ignorarme a mí misma, mi madre sugiere amablemente que tome el sol más seguido.

Mis amigos dicen que no me olvide de la vida, que coma mejor, que duerma mejor, mis amigos dicen que otros sufren con sus huesos secos sobre la mesa del comedor, que mastican cenas que no desean, que están dopados y el litio envenena sus cuerpos. Algunos de mis amigos piensan que hay una solución, que en el fondo no estamos mal, que debemos hacer algo. Algunos de mis amigos nunca me verán y siempre cambiaran las fechas y las horas y los días y los lugares de reunión y eso en realidad no es relevante, el mundo se condensa de manera extraña sobre nosotros, los días se suceden uno tras otro, he soñado un panóptico del que no tengo miedo, donde un vigilante silencioso juega solitario desde su torre de ajedrez, y yo le ignoro. Algunos de mis amigos jamás lograron saber nada de mí. Algunos de mis amigos tratan de salvar con mucha fuerza a sus otros amigos, y lo lograran. Mi número de amigos asciende a una cifra menor de cinco, y ese número en el fondo es completamente preciso.


No escucho más allá de mi propia voz, la propia opinión es un paso en falso, sin embargo, no lucho ni contra mi doctor, ni contra mi padre, ni contra mi madre, ni contra mis amigos, lucho contra este techo de madera que cae sobre mí, lucho contra quienes no aman la industria, lucho contra quienes no aman los mantras, en el fondo mi batalla no es contra quienes levantan la muralla china frente a mi cara, en el fondo la batalla es contra mí, contra mi cabeza que se niega a adorar las filas del banco, contra mi cabeza que se niega a amar la especie perdida de los leopardos rusos de nieve, en el fondo mi batalla es contra este pensamiento que trata de convencerme del odio, en el fondo mi batalla no existe, es abolida por mi amor que lo veda todo desde la cúpula de las catedrales hasta un hombre perdido en Taiwan, desde la mentira que creí hasta la que dije, nunca he dejado de amar, pero en medio del sol ardiente todo parece  tan duro.

jueves, 10 de julio de 2014

Señora Lázaro - Sylvia Plath




He vuelto a hacerlo.
Una vez por decenio
me las compongo...

Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho

pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.

Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...

¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos los dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.

Pronto, pronto la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas

y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.

Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!

¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar


cómo me desenvuelven de pies y manos
¡Gran strip-tease!
Caballeros señoras:

éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,

pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré

como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.

Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.

Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral

reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito

-¡es un milagro!-,
que te deja inconsciente.
Hay que pagar,

por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón...
Late de veras.

Y hay que pagar; hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre

o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues, Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?

Soy tu opus,
soy tu inversión,
el bebé de oro puro

que se funde en un grito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.

Ceniza, ceniza...
que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada...

Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer;
tened cuidado,
tened cuidado.

De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.