Animalitos inexpresivos (Fragmento) - David Foster Wallace
—Te voy a contar otra historia para que la tengas preparada. Para cuando no te dejen en paz. Ya verás cómo se la tragan.
—No va a derrotarte. Está demasiado aterrorizado
incluso para ponerse de pie. He tenido que pasar por encima de él para llegar
hasta aquí.
Julie niega con la cabeza:
—Cuéntales que tenías ocho años. Tu hermano tenía
cinco y no sabía hablar. Diles que tu madre tenía una cara agotada e
inexpresiva. Que había ido volviéndose cada vez más fea, primero por culpa de
los hombres y luego de ella misma. Que su cara permanecía inexpresiva, enamorada
de un hombre silencioso e impávido que os dejó tirados tocando un trozo de
madera al lado de una carretera. Diles que tu madre os abandonó en un campo de
hierba seca. Diles que el campo, el cielo y la carretera eran del color de una colada
sucia. Diles que te pasaste todo el día tocando un poste, que allí estaban tu
mano y la mano blanca de un niño tarado. Que esperabas que regresara porque hasta
entonces lo había hecho siempre.
Faye espolvorea el maquillaje.
Faye espolvorea el maquillaje.
—Diles que había una vaca. —Julie traga saliva—.
Estaba en el campo, junto al sitio donde tú estabas tocando la cerca. Diles que
la vaca estuvo allí todo el día, masticando algo que se había tragado hacía mucho
rato y mirándote. Diles que la cara de la vaca no tenía ninguna expresión. Que
se pasó el día entero allí, mirándoos con una cara enorme que carecía por
completo de expresión. —Julie suspira—. Que casi te entraron ganas de gritar.
El viento sonaba como alguien gritando. Y tú allí de pie, tocando la madera
todo el día con una criatura que era la encarnación del silencio. Que podía, ya
sabes, quedarse ahí indefinidamente, esperando al único coche que conocía y sin
sentir la necesidad de comprender nada. Y una vaca te estaba mirando, ahí delante, igual que podría estar mirando cualquier
otra cosa.
Faye quita el maquillaje sobrante con una toallita.
Julie se seca los labios pintados en el secante que le alcanza Faye.
—Diles que todavía hoy no puedes soportar a los
animales, porque las caras de los animales no tienen ninguna expresión. Ni
siquiera un asomo de expresión. Diles que alguna vez miren la cara de un
animal, que la miren de verdad.
Faye le pasa los dedos a Julie por el pelo de punta
húmedo.
Julie mira a Faye en el espejo rodeado de
bombillas:
—Y luego diles que miren de cerca las caras de los
hombres. Diles que se detengan un instante y miren la cara de un hombre. La
cara de un hombre está totalmente vacía. Mírala de cerca. Diles que miren ellos
también. No lo que hacen las caras, porque las caras de los hombres nunca dejan
de moverse, son como antenas. Pero lo único que hacen sus caras es moverse e ir
adoptando diferentes configuraciones del vacío.
Faye busca la mirada de Julie en el espejo. Julie
dice: —Diles que en las máscaras de los hombres no hay agujeros para meter los
dedos. Diles que es imposible querer algo que no se puede coger con los dedos.
Julie hace girar la silla de maquillaje y levanta
los ojos hacia Faye:
—Por eso te quiero a ti, si es que te quiero
—susurra, pasándose un dedo por la mejilla cubierta de polvo blanco e
intentando trazar una línea curva de color blanco en la cara de Faye—. Es por
tu cara cuando adopta una expresión. Intenta mirarte desde fuera, siempre desde
una perspectiva distinta. Dile a la gente que sabes que tu cara pierde su belleza
cuando está en reposo.
Echolilia - Timothy Archivald
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