sábado, 28 de febrero de 2015

La broma infinita (Fragmento) - David Foster Wallace




INVIERNO DE 1960 AS, TUCSON, ARIZONA
[Fragmentos*]



Jim, así no, Jim. Esa no es manera de tratar una puerta de garaje, doblando la cintura con fuerza y estirando del picaporte de modo que la puerta se sacude y se sacude con fuerza y te cargas tus espinillas y mis rodillas destrozadas, hijo. Veamos cómo te agachas con tus rodillas sanas. (...) Tu madre hace eso. Trata a los cuerpos ajenos sin el debido respeto ni cuidado. Nunca aprendió que tratar las cosas del modo más suave y relajado es tratarlas tanto a ellas como a tu propio cuerpo con la máxima eficiencia. Es culpa de Marlon Brando, Jim. Tu madre allá en California antes de que nacieras, antes de que se convirtiera en una madre dedicada, una muy sufriente y trabajadora esposa, hijo, tu madre tuvo un papelito secundario en una película de Marlon Brando. Su momento estelar. Tenía que quedarse allí con los mocasines blancos, calcetines cortos y coletas y llevarse las manos a los oídos como si le pasaran al lado motos estruendosas. Una gran escena dramática, créeme. Se enamoró desde la distancia de este tipo, Marlon Brando, hijo. ¿Quién? Quien. Jim, Marlon Brando era el arquetipo del nuevo tipo de actor y arruinó las relaciones de dos generaciones enteras con sus propios cuerpos y con los cuerpos y objetos que los rodeaban. ¿No? Pues se debe a Brando que tú quisieras abrir la puerta de ese modo, Jimbo. La falta de respeto se aprende y se transmite. Se transmite. Conocerás a Brando cuando lo veas y tendrás que aprender a temerle. Brando, Jim. B-r-a-n-d-o. Brando, el nuevo tipo duro y arquetípico, rebelde y vago que se apoya en las patas traseras de su silla, que aparece encorvado en el umbral de la puerta, que camina cabizbajo delante de cualquiera, que trata de dominar los objetos, que no muestra el menor respeto ni cuidado, que coge las cosas como un jovencito caprichoso y las usa y las arroja impunemente a un lado para que no caigan en la papelera y se queden allí, maltratadas. Con los movimientos impetuosos y torpes y la actitud propia de un nene caprichoso. Tu madre es de esa nueva generación que se mueve a contracorriente del grano de la vida y de su tendencia y ondulación naturales. Puede haberse enamorado de Brando, Jim, pero no lo comprendió y eso es lo que la hizo inepta para las artes cotidianas como hornos o puertas de garajes e incluso para un tenis de bajo nivel y de parque necesariamente público. ¿Alguna vez viste cómo tu madre trata un horno? Es carnaza, Jim, es una pena verla y la pobre atontada piensa que se trata de un tributo a ese tipo vago y encorvado que amaba cuando él andaba cerca. Jim, ella nunca intuyó la amable y astuta economía que había tras la relación supuestamente dura, torpe y espontánea de este sujeto con los objetos.






(...)

Hijo, tienes diez años y esta es una noticia difícil de tragar para alguien de diez, incluso aunque tengas casi once y seas un posible freak pituitario. Hijo, tú eres un cuerpo. Ese pequeño cerebro científico y prodigioso del que ella está tan orgullosa y del que no deja de gorjear: Hijo, no son más que espasmos neuronales, esas ideas en tu cabeza no son más que el sonido de tu cabecita acelerada y la cabeza no es más que cuerpo, Jim. Métetelo en la sesera. La cabeza es cuerpo. Jim, ven a mis brazos para recibir esta mala noticia a los diez años: tú eres una máquina un cuerpo un objeto, Jim, no más que este rutilante Montclair, o este rollo de manguera o aquel rastrillo para la grava del patio delantero o Dios santo esa horrible araña está haciendo flexiones en su telaraña allí sobre el rastrillo, ¿la ves? ¿La ves? Latrodectus mactans, Jim. Una viuda. Coge esta raqueta y muévete con gracia y ganas hasta allí y mata esa viuda por mí, señorito Jim. Vamos. Hazla polvo. Échale pelotas. Eso es, chaval. Un brindis por el sector sin arañas de este garaje comunitario. Ah. Cuerpos cuerpos por todos lados. Una pelota de tenis es el cuerpo definitivo, muchacho.

(...)

permíteme… que los libros no se tiran de golpe como las botellas al cubo de la basura, se depositan, se guían con todos los sentidos alerta, sintiendo sus bordes, la presión sobre los dedos de ambas manos mientras doblas las rodillas sujetando el libro y lo colocas con un ligero empujón delicado de modo que el aire sobre el suelo polvoriento… que el aire del suelo se desplace en un cuadrado suave y no levante polvo. Asiií. No así. ¿Entiendes? ¿Me has comprendido? No seas así, hijo, no seas así. No te pongas hipersensible conmigo, hijo, cuando lo único que intento es ayudar. Hijo, Jim, detesto esto, detesto que hagas esto. Te desaparece el mentón en esa pajarita que llevas cuando te tiembla y te cuelga tanto el labio inferior. Parece que no tengas mentón, hijo, y un labio inmenso. Y esa capa de mocos que cae de tu labio superior, cómo brilla, no, no lo hagas, es asqueroso, hijo, tú no quieres repugnar a la gente, debes aprender a controlar esta especie de hipersensibilidad que tienes cuando te toca afrontar una verdad por más dura que sea, porque conquistar y ejercer algún control es el meollo de por qué me estoy tomando toda esta mañana libre de ensayos pese a que tengo no una sino dos pruebas vitalmente urgentes e inminentes, para poder enseñártelo, estoy pensando en dejar que te sientes y toques el cambio e incluso… quizá hasta conduzcas el Montclair, bien sabe Dios que tus pies llegan al embrague, ¿eh, Jimbo?, eh, eh, ¿por qué no conduces el Montclair?

(...)

Porque qué crees, hijo… no, sigue, llora, no te inhibas, no diré ni pío salvo que cada vez me afecta menos, te lo aviso, creo que estás abusando de las lágrimas y la… cada vez tienen menos efec… Son menos efectivas conmigo cada vez que las usas aunque nosotros sabemos los dos sabemos que no es así entre tú y yo sabemos que siempre funcionarán con tu madre, ¿verdad?, nunca fallan, cada vez que llores, ella cogerá tu gran cabezota y la pondrá sobre su hombro de un modo que parece obsceno, si la pudieras ver, palmeándote la espalda como si estuviera ayudando a eructar a un obsceno bebé de tamaño gigante, blando y flojo y con pajarita y con un libro que le estropea los tendones, lloriqueando, ¿harás lo mismo cuando hayas crecido? ¿Habrá episodios como este cuando seas un hombre dirigiendo tu propia vida? ¿Un ciudadano del mundo que no irá dando lástima? ¿Se te hinchará y congestionará la cara cuando midas dos grotescos metros de altura, dos metros como tu abuelo que ojalá arda en el vacío del infierno cuando finalmente la palme en el último hoyo, y contigo, con esa cara chata y sin mentón igualito a él que tienes posando tu cabeza en el sufriente hombro húmedo y moqueado de esa pobre idiota de mujer llena de paciencia?

(...)

No me gusta nada decir algo como esto, este tópico mierdoso de que las cosas eran distintas cuando yo era joven, la clase de tópico que te lanzaban los padres de entonces, en el caso de que mi padre dijera algo. Pero era así. Diferente. Los chicos, los chicos de mi generación, ellos… ahora vosotros, la muchedumbre post-Brando, no podemos gustaros ni disgustaros, no podéis respetarnos ni dejar de respetarnos como seres humanos, Jim. A vuestros padres. No, espera, no tienes por qué fingir que no estás de acuerdo, no, no tienes por qué decirlo, Jim. Porque lo sé. Lo podría haber vaticinado viendo a Brando, a Dean y a los demás, y lo sé, así que no farfulles. No culpo a nadie de tu edad, muchacho. Veis a vuestros padres como amables o rudos, felices o desgraciados, borrachos o sobrios, grandes o casi grandes o fracasados, del mismo modo que veis cuadrada una mesa o veis un Montclair de color rojo labios. Los jóvenes de hoy… vosotros, chicos, de algún modo no sabéis sentir, mucho menos amar, por no hablar del respeto. Para vosotros no somos más que cuerpos. Nada más que cuerpos y hombros y rodillas con cicatrices y grandes panzas y billeteras vacías y petacas. No estoy diciendo nada tópico como que no nos prestáis ninguna atención, sino que no podéis… ni imaginar nuestra ausencia. Estamos tan presentes que ya hemos perdido todo significado. Somos medioambientales. Los muebles del mundo.






 

miércoles, 18 de febrero de 2015

Inactividad cerebral

Meghan Howland



Voy a usar mi cuerpo,
pero cuando lo haga no podré pensar,
no podré pensar en él, no podré pensar en nada,
deberé anular mi inteligencia súbita,
voy a tener que balancearme sobre mis brazos
mientras me gritan,
y yo no pienso nada,
yo no creo en nada.

Cuando use mi cuerpo,
no puedo poner mi alarma despertadora a las 4:00 am
no puedo estar durante una hora tratando de convencerme
de que salir de la cama tiene algún sentido practico,
tópico, real, sistemáticamente correcto,
simétricamente proporcional,
como si midiera mi vida deforme del mismo modo
con el que mido la cara de la gente que no amo.

Me voy a mover sin pensar
en esa lista de 40 psicofarmacos, seguidos
de una montaña microscópica de
neurotransmisores inhibidos.

Correrá cada mañana, jugara basquet
se cansara pero él no podrá saberlo,
estará como inyectado de morfina
suspendido de toda conexión emocional.

Voy a tener un cuadro pintado con un cuerpo,
pero el cuadro como se apreciara luego
no estará hecho de nada, sino
del espacio vacío que deja el movimiento de ese cuerpo,
que es lo único que voy a tener desde hoy y para siempre.

Voy a usar mi cuerpo y
lo dejare recostado en el ultimo puesto de un autobús,
lo voy a llevar a un puerto muy lejos de aquí
y lo callare, lo dejare allí abandonado
y él sabrá lo que tiene que hacer,
él sabrá que necesita callarse,
él va a entender que lo único que quiero de él
ya lo he obtenido,
él se sentara solo de nuevo,
en esa tienda aburrida y larga,
y pedirá otra vez un Brownie
y hará la digestión de manera tibia y solitaria,
él no va a extrañar a nadie
porque un cuerpo carece de amistades profundas,
de ambiciones, de personalidad, de definiciones,
pero posee dimensión.