jueves, 14 de julio de 2016

La broma infinita (Fragmento) - David Foster Wallace

7 DE NOVIEMBRE, 
AÑO DE LA ROPA INTERIOR PARA ADULTOS DEPEND




El primer nacimiento del segundo hijo de los Incandenza fue una sorpresa. La alta y curvilínea Avril Incandenza de ojos saltones no notó nada; las menstruaciones eran exactas como un reloj; no sufría de hemorroides ni de obstrucción glandular; nada de pica; nervios y apetito normales; vomitaba algunas mañanas, pero ¿quién no lo hacía en aquellos tiempos?
Fue en un atardecer de metálica luz de noviembre en el séptimo mes de un embarazo furtivo cuando ella se detuvo, yendo del largo brazo de su esposo, cuando subían la escalera de arce de la casa de Back Bay, que pronto dejarían, y se volvió hacia él, pálida, y abrió la boca de una manera muda que era elocuente en sí misma.

Su marido la miró empalideciendo.
 –¿Qué pasa? –
Es dolor.

Era dolor. La rotura de aguas había hecho brillar varios escalones a sus pies. A James Incandenza le pareció que ella giraba sobre sí misma, se agachaba y se doblaba sobre el borde de un escalón, la frente contra sus hermosas rodillas. Incandenza contempló todo eso en una luz como de Vermeer; ella se hundió más, él se inclinó sobre ella y ella intentó levantarse.

–Espera, espera, espera. Espera.
–Es dolor.

(…)

A él, Mario, lo tuvieron que sacar, raspándolo como la carne de una ostra, de un útero a cuyos lados se le había encontrado aferrado como una araña, diminuto y discreto, atado de pies y manos con tendones, con un puño pegado a la cara con el mismo material. Fue una completa sorpresa y terriblemente prematuro y atrofiado, y se pasó muchas de las siguientes semanas moviendo sus contraídos y atrofiados bracitos hacia el techo de Pyrex de la incubadora, siendo alimentado por sondas y monitorizado por cables y aupado por manos esterilizadas, su cabeza acunada con un pulgar.

(…) La gestación incompleta y el parto aracnoide de Mario II dejaron al chico unos problemas físicos que marcaron su carácter para toda la vida. El tamaño era uno de ellos: en sexto grado tenía el cuerpo de un niño de dos años; a los dieciocho estaba entre gnomo y jockey. Estaba el asunto de los brazos de aspecto atrofiado y brady-auxético que, igual que en un caso aterrador de contractura de Volkmann, se curvaban delante del tórax en una S y servían para comer de forma rudimentaria y sin cuchillo, aferrarse al pomo de una puerta hasta que giraba apenas lo suficiente para poder abrirla de una patada y poner las manos en forma de lente para enfocar alguna escena, además de arrojar quizá pelotas de tenis a distancias muy cortas a los jugadores que las pidieran, pero no para mucho más, aunque eran impresionantemente-casi-familiarmente-disautónomosresistentes al dolor y se podían pinchar, chamuscar o incluso aplastar con una abrazadera del sótano que sostenía aparatos ópticos, tal como había hecho Orin, sin que el chaval se quejara lo más mínimo.

A un nivel brady-podológico, Mario no tenía los pies simplemente deformes, sino más bien como bloques: no solo eran planos, sino también perfectamente cuadrados, buenos para abrir puertas a patadas pero demasiado cortos como para ser usados convencionalmente como pies: junto con la lordosis en la zona baja de la columna vertebral, obligaban a Mario a moverse a tropezones y bandazos como un borracho cómico, con el cuerpo inclinado hacia delante como si luchara contra el viento, justo en el ángulo adecuado para caerse de bruces, lo que le sucedió bastante a menudo cuando era niño, ya le diera Orin un pequeño empujón por detrás o no. Las frecuentes caídas hacia delante explican por qué la nariz de Mario estaba aplastada severamente contra la cara de modo que no sobresalía lo suficiente, con la consecuencia de que los orificios nasales tendían a taparse un poco, en especial durante el sueño. Uno de los párpados le colgaba por debajo del otro sobre sus ojos abiertos, unos ojos castaños y bondadosos, demasiado grandes y protuberantes para calificarlos de ojos convencionalmente humanos; ese párpado colgaba como una persiana medio rota; su hermano Orin de vez en cuando intentaba darle al párpado recalcitrante esa especie de tirón hacia abajo que se usa para desatascar una persiana averiada, pero lo único que logró fue que poco a poco el párpado se separara de sus suturas hasta que eventualmente tuvo que ser remodelado y vuelto a coser con otro procedimiento blefaroplástico porque, de hecho, no era el párpado auténtico de Mario –que había sido sacrificado al nacer, cuando se le pegó a la cara como una lengua sobre el metal frío y se le extirpó por completo–, sino una extremadamente avanzada y completa blefaroprótesis de fibropolímero dermatológico con pestañas de caballo que se curvaban más allá del alcance de las pestañas del otro párpado. Junto con el lento movimiento de los párpados, le daban incluso a la expresión más neutral de Mario el fruncimiento de ojos extrañamente amistoso de un pirata. Y, para más inri, estaba la sonrisa involuntariamente constante.

Es probable que ya sea el momento oportuno de mencionar que la piel de color caqui de Mario, hermano mayor de Hal, su extraña y cadavérica tonalidad gris verdosa, su textura cortical, los atróficos brazos curvilíneos y su aracnidismo general le daban, en especial desde una distancia media, el aspecto de alguien asombrosamente reptílico y dinosáurico. Sus dedos no solo eran sarmentosos y en forma de garra, sino también inservibles como elementos prensiles, lo cual hacía impracticable el uso de cubiertos por parte de Mario. (…) El hermano de Hal es técnicamente lento, en el sentido de Stanford-Binet, según reveló el Centro Brandeis de Control de Enfermedades, pero de ningún modo probadamente retardado o cognitivamente dañado o brady-frénico, más bien es refractado, casi, un poquito epistémicamente quebrado, un poste sumergido en agua mental un poco torcido y que tarda para todo un poco más que el resto de los mortales, a la manera de todas las cosas refractadas.

O que el estatus de Mario en la Academia Enfield de Tenis (…) que su vida allí es en apariencia triste y abandonada, puesto que es el único menor con problemas físicos, incapaz de empuñar una raqueta reglamentaria o permanecer de pie en un sitio donde no pueda apoyarse. Que él y su padre fueron, fuera bromas, inseparables. Que Mario fue como el asistente honorario de producción y portó las películas, los objetivos y los filtros del difunto Incandenza en una compleja mochila del tamaño de una pierna de buey los últimos tres años de la vida del cineasta tardíamente florecido, asistiéndolo en las filmaciones y durmiendo sobre múltiples almohadas en suaves y pequeños sitios libres en los mismos moteles donde dormía Él Mismo y de tanto en tanto saliendo a comprar una botella de plástico rojo y brillante llamada Big Red Soda Water y llevándosela a la becaria con velo y aparentemente muda en el vestíbulo del motel y trayendo café y diversos medicamentos para el páncreas y otras cosas para el personal y ayudando a D. Leith con la Continuidad cuando Incandenza quería preservar la Continuidad, básicamente comportándose como se comportaría cualquier hijo cuyo papá le permitiera acceder al último y mejor amor de su corazón; avanzando con buen ánimo y sin patetismo para mantenerse al lado de aquel hombre alto, encorvado y cada vez más demente que daba pacientes zancadas de dos metros a través de aeropuertos y estaciones de tren, llevándole los objetivos, inclinado hacia delante, pero de ningún modo con el aspecto de un perrito faldero.

(…)

Y su hermano menor, Hal, mucho más impresionante externamente, casi idealiza a Mario en secreto. Dejando de lado las cuestiones relacionadas con Dios, Hal cree que su hermano Mario es un (semi)milagro que camina. La gente que de algún modo se han quemado en pleno nacimiento, atrofiado o mutilado hasta un límite que deja de ser justo, se acurrucan en su propio fuego o crecen. Mario, áurico, atrofiado y homodóntico, flota, en opinión de Hal. Lo llama Bubú, pero teme sus opiniones más que las de nadie, con la posible excepción de Mami. Hal recuerda las horas interminables de bloques y pelotas en el suelo de madera de la infancia de Mario en la avenida Belle, número 36, en Weston, los tangrams y el See’n’Spell, el cabezudo Mario observando juegos a los que no podía jugar, en una farsa por la que no sentía más interés que la proximidad con su hermano. Avril recuerda a Mario cuando a los trece años aún quería que Hal lo ayudase a bañarse y vestirse –a una edad en que la mayor parte de los chicos normales se avergüenzan hasta del espacio que ocupan sus cuerpos sonrosados– y queriendo esa ayuda para bien de Hal, no para su propio bien. Pese a sí mismo (y demostrando una sorprendente falta de comprensión de la psique de su madre), Hal teme que Avril vea a Mario como el verdadero prodigio de la familia, como una especie de idiot savant genial de un tipo inclasificable, una cosa rarísima y fascinante incluso si su intuición lenta y silenciosa la asusta, aunque su pobreza académica le rompa el corazón, las sonrisas que Mario despliega cada mañana sin falta desde el suicidio de su padre la hacen sentir que ojalá pudiera llorar. Por esa razón, hace esfuerzos tremendos para dejar a Mario en paz, no merodear ni acosarlo, tratarlo de una forma mucho menos especial de lo que le gustaría: lo hace por él. Es algo noble, doloroso. El amor que le tiene al hijo que nació como una sorpresa trasciende todas sus otras experiencias y determina toda su vida. Hal lo sospecha. Fue Mario, no Avril, quien obtuvo para Hal los primeros ejemplares completos del diccionario Oxford en un tiempo en que Hal aún era vigilado para ver si había sufrido algún daño y Bubú los trajo tirando con los premolares de un vagoncito por las carreteras falsamente rurales de las proximidades de Weston, meses antes de que Hal hiciera la prueba del Inventario Verbal Mnemotécnico que había diseñado un querido y leal colega de Mami en Brandeis para «Más Allá de las Ideas». Fue Avril, no Hal, quien insistió en que Mario viviera no en la Residencia del Director con ella y Charles Tavis, sino con Hal en la subresidencia de la AET. Pero en el Año de los Productos Lácteos de la América Profunda fue Hal, y no ella, quien, cuando el representante velado de la Unión de los Horrible e Inverosímilmente Deformes se presentó en el umbral de la AET para discutir con Mario cuestiones de inclusión ciega versus distanciamiento visual, de la libertad de esconderse que le podría proporcionar un velo, fue Hal, aunque Mario se reía y hacía una pequeña reverencia, fue Hal, blandiendo su raqueta Dunlop, quien le dijo a aquel tipo que se fuera con la música a otra parte.





martes, 24 de mayo de 2016

Singularidad

André Kertész

Individual nunca significo aislado sino irrepetible,
individual no significa caminar creyendo que morirás solo,
individual significaba sentarte en ese teatro
para trescientos asistentes y ser indivisible, singular.
Nunca veo el mundo moviéndose,
jamás tengo la impresión de estar colgando de una ley,
mi peso me sostiene

A veces ciertas personas te ven directo a los ojos,
y el espacio parece algo húmedo,
Siento que puedo extrañar para siempre a las personas que amo,
pero al mismo tiempo veo todo lo que pasa
y no siento nada,
Salvo que podría decir esto.

Asiente hacia mí.
La humedad se prolonga.
Ni siquiera necesito que estés de acuerdo.
Es el beneficio de la amistad,
saber que tienes un lugar en el que se puede estar tranquilo,
aunque nadie tenga ganas de estar ahí.

Una espalda recostada en el agujero de la ventana,
y el sol quemándote la piel,
un día que ya no puede volver a ocurrirnos.








martes, 8 de marzo de 2016

Teoría king kong (fragmentos) - Virginie Despentes







Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro. 

Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya muy dulces, otras contentas en su feminidad, que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía. Simplemente, yo no formo parte de ellas. Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa, tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo. Yo hablo como proletaria de la feminidad: desde aquí hablé hasta ahora y desde aquí vuelvo a empezar hoy. Cuando estaba en el paro no sentía vergüenza alguna de ser una paria, sólo rabia. Siento lo mismo como mujer: no siento ninguna vergüenza de no ser una tía buena. Sin embargo, como chica por la que los hombres se interesan poco estoy rabiosa, mientras todos me explican que ni siquiera debería estar ahí. Pero siempre hemos existido. Aunque nunca se habla de nosotras en las novelas de hombres, que sólo imaginan mujeres con las que querrían acostarse. Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado. Incluso hoy que las mujeres publican muchas novelas, raramente encontramos personajes femeninos cuyo aspecto físico sea desagradable o mediocre, incapaces de amar a los hombres o de ser amadas. Por el contrario, a las heroínas de la literatura contemporánea les gustan los hombres, los encuentran fácilmente, se acuestan con ellos en dos capítulos, se corren en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo. La figura de la pringada de la feminidad me resulta más que simpática: es esencial. Del mismo modo que la figura del perdedor social, económico o político. Prefiero los que no consiguen lo que quieren, por la buena y simple razón de que yo misma tampoco lo logro. Y porque, en general, el humor y la invención están de nuestro lado. Cuando no se tiene lo que hay que tener para chulearse, se es a menudo más creativo. Yo, como chica, soy más bien King Kong que Kate Moss. Yo soy ese tipo de mujer con la que no se casan, con la que no tienen hijos, hablo de mi lugar como mujer siempre excesiva, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado hirsuta, demasiado viril, me dicen. Son, sin embargo, mis cualidades viriles las que hacen de mí algo distinto de un caso social entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me ha salvado, lo debo a mi virilidad. Así que escribo aquí como mujer incapaz de llamar la atención masculina, de satisfacer el deseo masculino y de contentarme con un lugar en la sombra. Escribo desde aquí, como mujer poco seductora pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano yo misma, atraída por el poder de hacer y de rechazar, atraída por la ciudad más que por el interior, siempre excitada por las experiencias e incapaz de contentarme con la narración que otros me harán de ellas. No me interesa ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar. Nunca me ha parecido evidente que las chicas seductoras se lo pasen tan bien. Siempre me he sentido fea, pero tanto mejor porque esto me ha servido para librarme de una vida de mierda junto a tíos amables que nunca me habrían llevado más allá de la puerta de mi casa. Me alegro de lo que soy, de cómo soy, más deseante que deseable. Escribo desde aquí, desde las invendibles, las torcidas, las que llevan la cabeza rapada, las que no saben vestirse, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen los dientes podridos, las que no saben cómo montárselo, ésas a las que los hombres no les hacen regalos, ésas que follarían con cualquiera que quisiera hacérselo con ellas, las más zorras, las putitas, las mujeres que siempre tienen el coño seco, las que tienen tripa, las que querrían ser hombres, las que se creen hombres, las que sueñan con ser actrices porno, a las que les dan igual los hombres pero a las que sus amigas interesan, las que tienen el culo gordo, las que tienen vello duro y negro que no se depilan, las mujeres brutales, ruidosas, las que lo rompen todo cuando pasan, a las que no les gustan las perfumerías, las que llevan los labios demasiado rojos, las que están demasiado mal hechas como para poder vestirse como perritas calentonas pero que se mueren de ganas, las que quieren vestirse como hombres y llevar barba por la calle, las que quieren enseñarlo todo, las que son púdicas porque están acomplejadas, las que no saben decir que no, a las que se encierra para poder domesticarlas, las que dan miedo, las que dan pena, las que no dan ganas, las que tienen la piel flácida, la cara llena de arrugas, las que sueñan con hacerse un lifting, una liposucción, con cambiar de nariz pero que no tienen dinero para hacerlo, las que están desgastadas, las que no tienen a nadie que las proteja excepto ellas mismas, las que no saben proteger, esas a las que sus hijos les dan igual, esas a las que les gusta beber en los bares hasta caerse al suelo, las que no saben guardar las apariencias; pero también escribo para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son ambiciosos, ni competitivos, los que no la tienen grande, ni son agresivos, los que tienen miedo, los que son tímidos, vulnerables, los que prefieren ocuparse de la casa que ir a trabajar, los que son delicados, calvos, demasiado pobres como para gustar, los que tienen ganas de que les den por el culo, los que no quieren que nadie cuente con ellos, los que tienen miedo por la noche cuando están solos. 




(...)
Tengo un coño pegado en la cara. No me había confrontado todavía con el mundo de los adultos, y menos un con el de los adultos normales, así que a principio me sorprendo de cuantos saben distinguir entre lo que debe hacer y no debe hacer una chica en la ciudad.
 Cuando te vuelves una chica pública, te dan palos por todos lados, de una manera muy particular, pero no hay que quejarse porque está mal visto. Hay que tener buen humor, tomárselo con distancia y tener un buen par de cojones para aguantarlo. Todas esas discusiones para saber si yo tenía o no derecho a decir lo que decía, una mujer, mi sexo, mi cuerpo. En todos los artículos, más bien de forma amable, por cierto. No, no se describe a un autor como se describe a una mujer. Nadie cree necesario decir que Houellebecq es guapo. De ser una mujer, y si a u nuero igual de hombres les hubieran gustado sus libros, habría escrito sobre él que era guapa. O fea. Pero habríamos sabido lo que piensan sobre el tema. Y habrían intentado, en nueve de cada diez artículos, cantarle las cuarenta y explicarle, en detalle, por qué este hombre era tan desgraciado sexualmente. Le habrían dicho que era culpa suya, que no hacia las cosas correctamente, que no podía quejarse de nada. Y de paso se hubieran reído de él: ¿pero has visto la cara que tienes? habrían sido extraordinariamente violentos con él si, como mujer hubiera dicho sobre el sexo y el amor con los hombres lo que él dice sobre el sexo y el amor con las mujeres. Con el mismo talento no hubiera habido el mismo trato. No querer a las mujeres, cuando se es hombre es una actitud. No querer a los hombres, cuando se es mujer, es una patología.

(...)
Solo me comparan con otras mujeres. Marie Darieussecq, Amelie Nothomb, Lorente Nobecourt, poco importa, con tal de que tengamos la misma  edad. Y sobre todo, que seamos del mismo sexo. Como mujer, me toca tomarme una ración doble de condescendencia, vejaciones suplementarias y llamadas al orden. Mis amistades. Mis salidas. Mis gastos. Dónde vivo. Bajo vigilancia. De todo tipo. Una chica.

(...)
La feminidad: puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferir. Entrar en una habitación, mirar a ver si hay hombres, querer gustarles. No hablar demasiado alto. No expresarse en un tono demasiado categórico. No sentarse con las piernas abiertas, no expresarse en un tono autoritario. No hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa. Gustar a los hombres es un arte complicado, que exige que borremos todo aquello que tiene que ver con el dominio de la potencia. (...) Estar acomplejada, he aquí algo femenino. Eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brillar por tu inteligencia. Tener la cultura justa como para poder entender lo que unos guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo domestico se vuelve a hacer cada día, no lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros, ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas. Las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. Tener un coche enorme: viril. Andar como te dé la gana: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. No perder el tiempo en arreglarse por las mañanas: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que hace que ganes terreno es viril. Eso no ha cambiado tanto en cuarenta años. El único avance significativo es que ahora nosotras podemos mantenerles.

No digo que ser una mujer sea en sí mismo una obligación horrible. Las hay que lo hacen muy bien. Lo que resulta degradante es el hecho de que sea una obligación. Evidentemente, las grandes seductoras son, cuando se trata de divinidades locales, las reinas del mambo. Hacer patinaje artístico es también muy bonito. Y, sin embargo, no nos exigen a todas que seamos patinadoras. Montar a caballo también tiene su punto. Y, sin embargo no te dan una silla y un caballo nada más nacer.

(...)
Claro que es penoso ser mujer. Miedos, obligaciones, imperativos de silencio, llamadas a un orden que es el mismo desde hace tiempo, festiva de limitaciones imbéciles y estériles.

(...) 
Al final, no somos nosotras las que tenemos más miedo, ni las que estamos más desarmadas, ni a las que les pone más trabas, el sexo del aguante, de la valentía, de la resistencia, siempre ha sido el nuestro. De todos modos, tampoco hemos tenido elección.
El verdadero coraje. Confrontarse con lo nuevo. Posible. Mejor. ¿Fracaso en el trabajo? ¿Fracaso en la familia? buenas noticias. Puesto que cuestiona, inmediatamente, la virilidad. Otra buena noticia, de estas tonterías, ya hemos tenido bastante.

martes, 1 de marzo de 2016

Ineedhelporafriend

Davide Cambria



Quiero acercarme a alguien cuyo peso se agite con fuerza en medio de la luz.
Un ser largo, hermoso e inconsistente, con unas piernas tan delgadas como la vida misma,
alguien que al final se acerca a mi cara y pone ese gesto de niño Saint Laurent Spring Summer 2015 y yo me lo tomo muy en serio. A veces pienso que nunca volví de aquel viaje sabes, me quede para siempre viendo hacia las montañas mientras la lluvia se acercaba y corríamos por la carretera, nunca regresé, siempre prendí el fuego de nuevo como si siguiera sentada sobre aquella roca y no pudiera hacer nada al respecto.

Si pudiera recordar de manera permanente el modo en el que creí que sería importante para mí observar las cosas, memorizarlas, tocar el borde de la estructura y sentir que era indispensable, que iba a necesitarlo, que iba a tener que hablar de ello en algún momento crucial de mi vida. Si pudiera recordar eso nada cambiaría.

Todo es violento, desesperado y brillante al mismo tiempo. Si veo otro adolescente con la cara desencajada mirando fijamente a una luz que parpadea y se repite, lo más probable es que tenga un incontrolable acceso de risa y luego me ponga a llorar profundamente como cuando era una niña, haciendo aquel ruido y ahogándome. La gente suele recurrir a su infancia para justificar lo que ocurre, un lugar conocido es un lugar del que puedes rescatar cosas, durante las primeras horas de vida los niños carecen del reflejo de parpadeo, simplemente no lo tienen. Adquieres pequeños regalos biológicos, si alguien se acerca tocándote la mejilla giraras en su dirección, y abrirás la boca esperando obtener un poco  de cualquier cosa, lo que sea. Toca mi mejilla y girare la cara como un recién nacido y pediré que me des todo lo que tengas, y tratare de sobrevivir con eso.

Veo pasar un camión blanco por un puente elevado. Estamos solas en la carretera bajo el puente, no hay edificios ahí. Estamos fuera de la ciudad frente a un sitio enorme y medio vacío. Hay que entrar, habrán hamburguesas al doble de su precio, vodka caro, y cervezas, pero eso no lo sabemos mientras estamos afuera. Afuera solo se sabe que hace frío y todo puede o no estar bien. Recuerdo la placa apocalíptica de una motocicleta, cuando entramos oigo en mi cabeza la canción que debimos haber estado coreando esa misma semana en un concierto al que hubiéramos ido de no ser porque el vocalista de la banda que queríamos ver tuvo un bajón. Demasiado triste para moverse del otro lado del continente, un chico cansado, muchos chicos cansados. Doused. El suelo de la entrada es empedrado, toda la gente que esta allí consumirá tanto esta noche que a nadie le interesa si sus boletos son reales o no. Todo es distinto. Act like it stops and starts, a gesture here and there for me is one thing, but I felt it every time you blew it.

No tengo claros los puntos cardinales. Las personas moviéndose, el camión atravesando el puente, la imagen es tan real, es decir cualquier día puede un camión atravesar una carretera en medio de la noche, otra vez igual que ahora, igual que siempre. Pasa tan seguido que si miras fijamente el auto en medio de la noche sientes que puede ser algo único, estar vivo lo vale, es un testimonio, una voz delgada como una sábana blanca sobre tu cabeza, un misterio latente, la vida de otros ocurriendo al mismo tiempo que la tuya, el camión pasando y todos los chicos de ropa brillante recostados junto a aquella reja negra, fumando sus eCig de insoportable olor a menta, presionando la lengua contra el paladar y apretando los dientes más de lo necesario cada vez que se ríen.

Nunca volví, sigo corriendo por la carretera porque siento que nada de esto es real, pero siempre existe un enorme consuelo en el movimiento. Suelo abrir la boca para respirar mientras que dejo de llorar, como en las películas, ¿por qué pienso que eso pasa en las películas? nada es real en las películas, es importante enterarse de ello, resulta beneficioso para fines prácticos, respiro por la boca y mi cara  parece angustiarse, con los años aprendí a respirar desde el diafragma para no hiperventilar. Moveré de manera compulsiva mi pie para tratar de mantenerme aquí todo el tiempo que me sea necesario hacerlo, el movimiento de aquel pie me ata a la realidad.

Veo la tele pero no entiendo nada de lo que pasan en la tele. Hay algo distinto en mí, hay algo distinto en el año en el que nací, algo de lo que no hablamos, la música sintética me conmueve, me conmueve en serio. Un montón de frases inconexas me parecen sentimentales, dame una luz epiléptica y sentiré que estoy en un lugar seguro, las yemas de los dedos son suaves y ágiles, sabemos que las teorías caen, es el orden natural de las cosas, unos conceptos son reemplazados por otros. Muéstrame una imagen en la que se repita en menos de un segundo el movimiento del mar, voy a pensar que es hermoso y a sentir que estoy cerca de algo que me pertenece. La configuración es distinta. El amanecer casi nunca me conmueve, pero el frió a las 6:00 am siempre hace que crea que he entendido algo. Crea un momento único para mí, adoro estar viva, no todo es incomprensión. Los sonidos genéricos son también el amor. Moverse en pie requiere un cierto esfuerzo, pero no el esfuerzo que creías. Todo es distinto ahora. Estábamos equivocados, lo estaremos siempre, ahora lo sabemos.