La broma infinita (Fragmento) - David Foster Wallace
7 DE NOVIEMBRE,
AÑO DE LA ROPA INTERIOR PARA ADULTOS
DEPEND
El primer nacimiento del segundo hijo
de los Incandenza fue una sorpresa. La alta y curvilínea Avril Incandenza de
ojos saltones no notó nada; las menstruaciones eran exactas como un reloj; no
sufría de hemorroides ni de obstrucción glandular; nada de pica; nervios y
apetito normales; vomitaba algunas mañanas, pero ¿quién no lo hacía en aquellos
tiempos?
Fue en un atardecer de metálica luz de
noviembre en el séptimo mes de un embarazo furtivo cuando ella se detuvo, yendo
del largo brazo de su esposo, cuando subían la escalera de arce de la casa de
Back Bay, que pronto dejarían, y se volvió hacia él, pálida, y abrió la boca de
una manera muda que era elocuente en sí misma.
Su marido la miró empalideciendo.
–¿Qué pasa? –
Es dolor.
Era dolor. La rotura de aguas había
hecho brillar varios escalones a sus pies. A James Incandenza le pareció que
ella giraba sobre sí misma, se agachaba y se doblaba sobre el borde de un
escalón, la frente contra sus hermosas rodillas. Incandenza contempló todo eso
en una luz como de Vermeer; ella se hundió más, él se inclinó sobre ella y ella
intentó levantarse.
–Espera, espera, espera. Espera.
–Es dolor.
(…)
A él, Mario, lo tuvieron que sacar,
raspándolo como la carne de una ostra, de un útero a cuyos lados se le había
encontrado aferrado como una araña, diminuto y discreto, atado de pies y manos
con tendones, con un puño pegado a la cara con el mismo material. Fue una
completa sorpresa y terriblemente prematuro y atrofiado, y se pasó muchas de
las siguientes semanas moviendo sus contraídos y atrofiados bracitos hacia el
techo de Pyrex de la incubadora, siendo alimentado por sondas y monitorizado
por cables y aupado por manos esterilizadas, su cabeza acunada con un pulgar.
(…) La gestación incompleta y el parto
aracnoide de Mario II dejaron al chico unos problemas físicos que marcaron su
carácter para toda la vida. El tamaño era uno de ellos: en sexto grado tenía el
cuerpo de un niño de dos años; a los dieciocho estaba entre gnomo y jockey.
Estaba el asunto de los brazos de aspecto atrofiado y brady-auxético que, igual
que en un caso aterrador de contractura de Volkmann, se curvaban delante del
tórax en una S y servían para comer de forma rudimentaria y sin cuchillo,
aferrarse al pomo de una puerta hasta que giraba apenas lo suficiente para
poder abrirla de una patada y poner las manos en forma de lente para enfocar
alguna escena, además de arrojar quizá pelotas de tenis a distancias muy cortas
a los jugadores que las pidieran, pero no para mucho más, aunque eran
impresionantemente-casi-familiarmente-disautónomosresistentes al dolor y se
podían pinchar, chamuscar o incluso aplastar con una abrazadera del sótano que
sostenía aparatos ópticos, tal como había hecho Orin, sin que el chaval se
quejara lo más mínimo.
A un nivel brady-podológico, Mario no
tenía los pies simplemente deformes, sino más bien como bloques: no solo eran
planos, sino también perfectamente cuadrados, buenos para abrir puertas a
patadas pero demasiado cortos como para ser usados convencionalmente como pies:
junto con la lordosis en la zona baja de la columna vertebral, obligaban a
Mario a moverse a tropezones y bandazos como un borracho cómico, con el cuerpo
inclinado hacia delante como si luchara contra el viento, justo en el ángulo
adecuado para caerse de bruces, lo que le sucedió bastante a menudo cuando era
niño, ya le diera Orin un pequeño empujón por detrás o no. Las frecuentes
caídas hacia delante explican por qué la nariz de Mario estaba aplastada
severamente contra la cara de modo que no sobresalía lo suficiente, con la
consecuencia de que los orificios nasales tendían a taparse un poco, en
especial durante el sueño. Uno de los párpados le colgaba por debajo del otro
sobre sus ojos abiertos, unos ojos castaños y bondadosos, demasiado grandes y
protuberantes para calificarlos de ojos convencionalmente humanos; ese párpado
colgaba como una persiana medio rota; su hermano Orin de vez en cuando
intentaba darle al párpado recalcitrante esa especie de tirón hacia abajo que
se usa para desatascar una persiana averiada, pero lo único que logró fue que
poco a poco el párpado se separara de sus suturas hasta que eventualmente tuvo
que ser remodelado y vuelto a coser con otro procedimiento blefaroplástico
porque, de hecho, no era el párpado auténtico de Mario –que había sido
sacrificado al nacer, cuando se le pegó a la cara como una lengua sobre el
metal frío y se le extirpó por completo–, sino una extremadamente avanzada y
completa blefaroprótesis de fibropolímero dermatológico con pestañas de caballo
que se curvaban más allá del alcance de las pestañas del otro párpado. Junto
con el lento movimiento de los párpados, le daban incluso a la expresión más
neutral de Mario el fruncimiento de ojos extrañamente amistoso de un pirata. Y,
para más inri, estaba la sonrisa involuntariamente constante.
Es probable que ya sea el momento
oportuno de mencionar que la piel de color caqui de Mario, hermano mayor de
Hal, su extraña y cadavérica tonalidad gris verdosa, su textura cortical, los
atróficos brazos curvilíneos y su aracnidismo general le daban, en especial
desde una distancia media, el aspecto de alguien asombrosamente reptílico y
dinosáurico. Sus dedos no solo eran sarmentosos y en forma de garra, sino
también inservibles como elementos prensiles, lo cual hacía impracticable el
uso de cubiertos por parte de Mario. (…) El hermano de Hal es técnicamente
lento, en el sentido de Stanford-Binet, según reveló el Centro Brandeis de
Control de Enfermedades, pero de ningún modo probadamente retardado o
cognitivamente dañado o brady-frénico, más bien es refractado, casi, un poquito
epistémicamente quebrado, un poste sumergido en agua mental un poco torcido y
que tarda para todo un poco más que el resto de los mortales, a la manera de
todas las cosas refractadas.
O que el estatus de Mario en la
Academia Enfield de Tenis (…) que su vida allí es en apariencia triste y
abandonada, puesto que es el único menor con problemas físicos, incapaz de
empuñar una raqueta reglamentaria o permanecer de pie en un sitio donde no
pueda apoyarse. Que él y su padre fueron, fuera bromas, inseparables. Que Mario
fue como el asistente honorario de producción y portó las películas, los
objetivos y los filtros del difunto Incandenza en una compleja mochila del
tamaño de una pierna de buey los últimos tres años de la vida del cineasta
tardíamente florecido, asistiéndolo en las filmaciones y durmiendo sobre
múltiples almohadas en suaves y pequeños sitios libres en los mismos moteles
donde dormía Él Mismo y de tanto en tanto saliendo a comprar una botella de plástico
rojo y brillante llamada Big Red Soda Water y llevándosela a la becaria con
velo y aparentemente muda en el vestíbulo del motel y trayendo café y diversos
medicamentos para el páncreas y otras cosas para el personal y ayudando a D.
Leith con la Continuidad cuando Incandenza quería preservar la Continuidad,
básicamente comportándose como se comportaría cualquier hijo cuyo papá le
permitiera acceder al último y mejor amor de su corazón; avanzando con buen
ánimo y sin patetismo para mantenerse al lado de aquel hombre alto, encorvado y
cada vez más demente que daba pacientes zancadas de dos metros a través de
aeropuertos y estaciones de tren, llevándole los objetivos, inclinado hacia
delante, pero de ningún modo con el aspecto de un perrito faldero.
(…)
Y su hermano menor, Hal, mucho más
impresionante externamente, casi idealiza a Mario en secreto. Dejando de lado
las cuestiones relacionadas con Dios, Hal cree que su hermano Mario es un
(semi)milagro que camina. La gente que de algún modo se han quemado en pleno
nacimiento, atrofiado o mutilado hasta un límite que deja de ser justo, se
acurrucan en su propio fuego o crecen. Mario, áurico, atrofiado y homodóntico,
flota, en opinión de Hal. Lo llama Bubú, pero teme sus opiniones más que las de
nadie, con la posible excepción de Mami. Hal recuerda las horas interminables
de bloques y pelotas en el suelo de madera de la infancia de Mario en la
avenida Belle, número 36, en Weston, los tangrams y el See’n’Spell, el cabezudo
Mario observando juegos a los que no podía jugar, en una farsa por la que no
sentía más interés que la proximidad con su hermano. Avril recuerda a Mario
cuando a los trece años aún quería que Hal lo ayudase a bañarse y vestirse –a
una edad en que la mayor parte de los chicos normales se avergüenzan hasta del
espacio que ocupan sus cuerpos sonrosados– y queriendo esa ayuda para bien de
Hal, no para su propio bien. Pese a sí mismo (y demostrando una sorprendente
falta de comprensión de la psique de su madre), Hal teme que Avril vea a Mario
como el verdadero prodigio de la familia, como una especie de idiot savant
genial de un tipo inclasificable, una cosa rarísima y fascinante incluso si su
intuición lenta y silenciosa la asusta, aunque su pobreza académica le rompa el
corazón, las sonrisas que Mario despliega cada mañana sin falta desde el
suicidio de su padre la hacen sentir que ojalá pudiera llorar. Por esa razón,
hace esfuerzos tremendos para dejar a Mario en paz, no merodear ni acosarlo,
tratarlo de una forma mucho menos especial de lo que le gustaría: lo hace por
él. Es algo noble, doloroso. El amor que le tiene al hijo que nació como una
sorpresa trasciende todas sus otras experiencias y determina toda su vida. Hal
lo sospecha. Fue Mario, no Avril, quien obtuvo para Hal los primeros ejemplares
completos del diccionario Oxford en un tiempo en que Hal aún era vigilado para
ver si había sufrido algún daño y Bubú los trajo tirando con los premolares de
un vagoncito por las carreteras falsamente rurales de las proximidades de
Weston, meses antes de que Hal hiciera la prueba del Inventario Verbal
Mnemotécnico que había diseñado un querido y leal colega de Mami en Brandeis
para «Más Allá de las Ideas». Fue Avril, no Hal, quien insistió en que Mario
viviera no en la Residencia del Director con ella y Charles Tavis, sino con Hal
en la subresidencia de la AET. Pero en el Año de los Productos Lácteos de la
América Profunda fue Hal, y no ella, quien, cuando el representante velado de
la Unión de los Horrible e Inverosímilmente Deformes se presentó en el umbral
de la AET para discutir con Mario cuestiones de inclusión ciega versus
distanciamiento visual, de la libertad de esconderse que le podría proporcionar
un velo, fue Hal, aunque Mario se reía y hacía una pequeña reverencia, fue Hal,
blandiendo su raqueta Dunlop, quien le dijo a aquel tipo que se fuera con la
música a otra parte.
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