Un buzón de sugerencias
Nigel Van Wieck
Entro en el
hospital, presiono el numero 6, el ascensor se eleva en un par de segundos y se
parte a la mitad por el frente, salgo. Mi doctor dice que tengo que dejar la
goma de mascar, que tengo que dejar de dormir mal, que tengo que dejar de ver
afuera, que no puedo seguir comiendo carne, mi doctor sugiere amablemente que
abandone mi estado de preocupación y así sanare.
Me siento en la
sala. Mi padre dice que deje de preocuparme, que no pase más horas así, sentada
frente a la computadora pensando cosas terribles, mi padre dice que duerma
bien, que coma mejor, mi padre dice que eche un vistazo afuera, mi padre
sugiere amablemente que me siente junto a la ventana como antes y lea mis
libros al sol.
Subo en una
bicicleta roja, amarro mis zapatos con fuerza, pedaleo dos veces en falso y
luego mi cuerpo se erige como la vieja columna de un templo y en una posición
perfectamente correcta, pedaleo más rápido. Mi madre dice que baile a mayor
velocidad, que no abandone el deporte, que levante aún más plegarías, mi madre
dice que me quiere, pregunto ¿me quieres? Y ella dice: hasta el cielo, mi madre
dice que tengo que dejar de ignorarme a mí misma, mi madre sugiere amablemente
que tome el sol más seguido.
Mis amigos dicen
que no me olvide de la vida, que coma mejor, que duerma mejor, mis amigos dicen
que otros sufren con sus huesos secos sobre la mesa del comedor, que mastican
cenas que no desean, que están dopados y el litio envenena sus cuerpos. Algunos
de mis amigos piensan que hay una solución, que en el fondo no estamos mal, que
debemos hacer algo. Algunos de mis amigos nunca me verán y siempre cambiaran
las fechas y las horas y los días y los lugares de reunión y eso en realidad no
es relevante, el mundo se condensa de manera extraña sobre nosotros, los días
se suceden uno tras otro, he soñado un panóptico del que no tengo miedo, donde
un vigilante silencioso juega solitario desde su torre de ajedrez, y yo le
ignoro. Algunos de mis amigos jamás lograron saber nada de mí. Algunos de mis
amigos tratan de salvar con mucha fuerza a sus otros amigos, y lo lograran. Mi número
de amigos asciende a una cifra menor de cinco, y ese número en el fondo es
completamente preciso.
No escucho más allá
de mi propia voz, la propia opinión es un paso en falso, sin embargo, no lucho ni contra mi doctor, ni contra mi padre, ni contra mi madre, ni contra mis
amigos, lucho contra este techo de madera que cae sobre mí, lucho contra
quienes no aman la industria, lucho contra quienes no aman los mantras, en el
fondo mi batalla no es contra quienes levantan la muralla china frente a mi
cara, en el fondo la batalla es contra mí, contra mi cabeza que se niega a adorar
las filas del banco, contra mi cabeza que se niega a amar la especie perdida de
los leopardos rusos de nieve, en el fondo mi batalla es contra este pensamiento
que trata de convencerme del odio, en el fondo mi batalla no existe, es
abolida por mi amor que lo veda todo desde la cúpula de las catedrales hasta un
hombre perdido en Taiwan, desde la mentira que creí hasta la que dije, nunca he
dejado de amar, pero en medio del sol ardiente todo parece tan duro.
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