Memorias de África (Fragmento) - Isak Dinesen (Karen Blixen)
Kamante mostraba también su buena voluntad hacia mí
fuera de la cocina. Quería ayudarme de acuerdo a sus ideas hablándome de las
ventajas y los peligros de la vida.
Una noche, medianoche pasada, entró repentinamente
en mi habitación con una lámpara en la mano, silenciosamente, como si estuviera
de guardia. Debió ser poco después de que viniera a mi casa por primera vez,
porque era muy pequeño; se puso junto a mi cama como un oscuro murciélago extraviado
en la habitación, con sus grandes orejas desplegadas, o como un pequeño fuego
fatuo africano, y con la lámpara en la mano.
-Msabu –dijo muy solemnemente-. Creo que debes
levantarte.
Me senté en la cama desconcertada; pensé que si
hubiera ocurrido algo serio sería Farah quien vendría
a avisarme. Pero cuando le dije a Kamante que se marchara, no se movió.
-Msabu –repitió-, creo que debes levantarte. Creo
que viene Dios.
Cuando oí eso me levanté y le pregunté por qué lo
pensaba. Me condujo al oeste, hacia las colinas. A través de las cristaleras de
las ventanas vi un extraño fenómeno. Había un gran incendio en las praderas y
en las colinas, y la hierba ardía desde la cima hasta la llanura; desde la casa
era casi como una línea vertical. Parecía como si una figura gigantesca se
moviera y viniera hacia nosotros. Permanecí un rato mirando con Kamante a mi
lado, luego comencé a explicárselo. Mi intención era tranquilizarlo porque creí
que había recibido un gran susto. Pero mi explicación no pareció hacerle mucha
impresión, ni para bien ni para mal; se veía claramente que pensaba en que
había cumplido con su deber al llamarme.
-Bueno –dijo-, puede que sea así. Pero pensé que
era mejor que te levantaras en el caso de que viniera Dios.
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