Ahora, amiga mía - José Angel Valente
Ahora,
amiga mía
que
una flor de papel preside el aire,
que el
aire se deshace en dulces pétalos
de
jadeante miel en tus rodillas,
ahora
que no hablamos del otoño
ya
nunca más
para
no tropezar con tu mirada,
ahora
que te adentras por la vida,
ligera,
según dices,
desposeída
al fin de prejuicios,
ideas
recibidas, tiempo estéril,
incomprensibles
normas y principios,
ay
-ahora
que la
virginidad navega todavía
como
un barco vacío por oscuros telares,
por
intactos desvanes y sueños sin sentido,
qué
hacer en medio de la tarde,
cómo
entregarse sin terror de pronto
y cómo
confesar que detrás de tu lecho
odiosa
la inocencia,
inservibles
los claros pensamientos,
traicionan
palabras aprendidas
en
revistas de moda, tópicos de vanguardia,
digo,
tópicos que tan libre te hacen,
aunque
no de ti misma,
aunque
no de tu vientre inopinado
donde
súbito baja,
feroz
y sofocante, el duro golpe
del
corazón.
Qué
tierna insensatez la de estar solos,
la del
estremecimiento vergonzoso
ante
la voz del hombre
Y el
no estar a la altura de las propias palabras
con
esfuerzo aprendidas,
pues
ahora
bien
sencillo sería el acto del amor
sin
aquel eco
soez
de sumergidas tradiciones
no
expurgadas a tiempo,
ahora
que la misma indiferencia
de las
frases audaces y ante oídas
del
loro varonil tan propicia parece,
si la
conversación no fuera ya pretexto,
argumento
de un miedo mal oculto
a no
saber qué hacer en este trance.
Demasiado
tarde vuelves
a
recaer en frases y agudezas,
mientras
escondes el temblor que sube,
absurdamente
provinciano y burdo,
de
niña de agua dulce,
desusada
y antigua, hasta tus labios,
mientras
repites al pic-up la misma
canción
francesa que nos gusta tanto,
que
nos hace sentir más al corriente,
casi
no necios ni burgueses tristes.
Qué
fácil fuera ahora desnudarse,
dejar
caer el velo simplemente
sin el
terror oscuro que te ata
a los
núbiles senos,
qué
fácil fuera acaso si no fuera
por la
flor jadeante de papel amarillo
que
preside la tarde,
por el
desasosiego súbito que oprime
hasta
el dolor tu tímida cintura
por la
imposible confesión aciaga
de tu
añeja inocencia,
por el
urbano gesto
de
loro aclimatado a otras regiones
con
que el varón disfraza su animal procedencia,
por
los pasos de alguien que se acerca,
por el
timbre que suena
como
un ángel guardián ( te ruboriza
sin
poder evitarlo el pensamiento )
y la
ocasión disuelve, mientras tú más segura
recuperas
ingenio y frases hechas,
piensas
que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,
prefabricada
como es, y entonces
no
dudarás en entregarte,
entonces-
es
decir, sin que llegue
el
deseo a pasión ni la pasión a amor
ni el
hálito terrible del amor
al
abrasado borde de tu cuerpo.
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