jueves, 8 de agosto de 2013

Salas de espera







Estoy en la sala de espera de un hospital, recuerdo un poema de Sylvia plath en el que muchas mujeres esperan, yo no, no necesito mi doctor no necesito nada. Delante de mí hay un anciano en una silla de ruedas, y detrás de él un hombre , y detrás del hombre una adolecente con una niña y tras la niña una mujer que sostiene a un bebé, y hacen los 5 una fila.

Estamos muy próximos, y siento la enfermedad porque la sala está llena de viejos y gorriones muertos, el olor a champú con alquitrán lo veda todo. No hay ventanas, la sala de espera más pequeña del mundo, ahí en una fila de la vida. La niña que esta en la fila comienza a cantar y el viejo de la silla de ruedas dice: Cállese ya, cállese, y la mujer que lo acompaña lo reprende y el tipo tras el viejo no se da cuenta de nada, no nota que un enorme agujero se traga a todos en este lugar y las baldosas de la habitación se derrumbaran pronto, hasta el final, y todos nos iremos con los fármacos y las filas de facturación, las muestras de  sangre, los bastones, todo cae y muere y yo pienso que la única que esta fuera del desamparo es la anciana que está en la esquina de la sala, porque llevo veinte minutos sentada aquí, y ella no ha parpadeado, no se ha movido, nada, esta inmóvil, ella, parece que se salvara, porque probablemente ahora mismo ya está muerta.



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