Los perros románticos - Roberto Bolaño
En
aquel tiempo yo tenía veinte años
y
estaba loco.
Había
perdido un país
pero
había ganado un sueño.
Y
si tenía ese sueño
lo
demás no importaba.
Ni
trabajar ni rezar
ni
estudiar en la madrugada
junto
a los perros románticos.
Y
el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una
habitación de madera,
en
penumbras,
en
uno de los pulmones del trópico.
Y
a veces me volvía dentro de mí
y
visitaba el sueño: estatua eternizada
en
pensamientos líquidos,
un
gusano blanco retorciéndose
en
el amor.
Un
amor desbocado.
Un
sueño dentro de otro sueño.
Y
la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás
atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y
olvidarás.
Pero
en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy
aquí, dije, con los perros románticos
Todos los muertos tienen pesadillas en las que aparecen los supermercados y las ciudades donde las patadas y el amor son lo mismo. Algunos roedores más afortunados que otros soñaron solamente con los extractos bancarios pegándose en sus casas hipotecadas, cifras como pájaros que se estrellan en las ventanas y amenazan con no irse nunca. A pesar de los seguros médicos, los recetarios y las maldiciones gitanas yo he visto los sueños de otros niños con menos suerte, muchachos que no tenían 20 años y estaban locos, sueños en los que no se extraña nada, lugares donde existe un único mandamiento:
Nunca dirás que esos eran tus muertos, así, los roedores no sabrán jamas de donde ha salido la ira ni el mundo.
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