Ah, te vi entre las luces
Que te muerdan la nuca.
Es un encuentro furtivo, porque únicamente
soy yo quien sabe que ha sucedido, es extraño, y no sé si es nostalgia pero me
hace gritar y llorar, es enojo disfrazado de orgullo disfrazado de tristeza
disfrazado de razonamiento que resulta ser una lagrimita pequeña caída sobre un
zapato café, la lagrima no es un disfraz. Pensaría uno normalmente en una
especie de impotencia que impide llevar el encuentro al segundo nivel; que es en
el que los sujetos implicados son ambos conscientes de ser parte del momento,
sin embargo no subo, porque conmigo nadie sube, no puedo llegar porque cada vez
que lo intento lloro como loca y encuentro las palabras que no pude decir
nunca, el titulo me ataba y me impedía ser.
Es imposible llegar al nivel sin la escalera.
Y suceden muchas cosas no es solo
un encuentro con un alguien es también
una especie de encuentro conmigo, una
pesadez lentica, un tambor de ruido incesante y vibración abrumadora que descubrí
– no por coincidencia sino dándome cuenta – en mis alveolos, no puedo respirar
bien cuando me pasan estas cosas (pero que voy a saber de eso, como voy a
compararlo como si fuera una variable constante. Es apenas la primera vez que
me sucede).
Esto es un sueño: Me encontré llorando,
no hay necesidad de saludarme porque puedo reconocerme a una distancia prudente,
lloro y grito porque me resulta necesario hacerlo, lloro y grito, pero antes me
aseguro de que no haya nadie cerca, grito sola y lloro, intento reprocharme los
segundos perdidos y las obsesiones que duraron más de lo acordado, no lo logro,
no puedo reprochármelo pero de todas formas lo intento. Me veo en un ascensor
sin edificio, no hay pisos donde me pueda detener… a quien engaño no era un sueño
de verdad era uno inventado pero no me refería a un sueño que es como un deseo,
sino a uno de los que te agarran por los pies cuando te has dormido. No estoy
en un ascensor pero me gustaría estarlo y también que hubiera un montón de pisos,
pordios que hubieran cientos de pisos,
muchos, y todos fueran eternas paradas, todos los pisos todos los mundos y yo
dueña de nada, dueña de unas manos vacías que aplauden a la maravilla, haría de
cada piso una letra e inventaría decenas de abecedarios para que nada se repita,
para evitar tener que recurrir a la combinación, recorrería el edificio sola
más por las circunstancias que por las ganas, porque de verdad se me antojaría recorrerlo
con alguien pero si el encuentro no
existe no se pueden mis deseos, no se pueden, no los encontraría ni a la vuelta
del árbol.
Estaba asustada, es que verme
para mí es una situación comprometedora y abultada.
Verme allá y recordar que era lo
que nunca he sido, que no era, porque no podía, porque me agarraba por sorpresa
el instante y sobretodo la comunión del momento y, esa consolidación de
obsesiones compartidas, me sorprendía entonces la forma en la que podía amoldarse
todo a mi disposición y yo era incapaz de disponer de mí, en vez de ser mi cómplice
era mi verdugo, y lo sabía, lo sé.
Cae una hoja, es un poema escrito
en uno de esos inviernos de solo al
atardecer, llueve, fantaseo, tengo una carta escrita para que no hallan
palabras en el papel, una sonrisa que ofrezco a los desconocidos y a los
conocidos también, no hay besos tras esta boca, solo sonrisas, no hay amor
pueril ni desengaños de tipo relación-amante, no hay nada solo unas manos que
hacen barcos y olvidan letras, unos ojos que ven caer cada poema del librito árbol,
unas ganas de contar hasta diez y luego correr, el conteo tiene que ser hasta diez específicamente, no
se vale sufrir de vértigo y afán, solo se vale hacerlo lento, como si se
hubieran perdido las ganas pero se hubiera recuperado la vida.
No hay razón para mentir ahora,
ya se ha perdido el compromiso no hay
razones para agradar ni desagradar, ya no existe ningún título que nos ate ni nos obligue, ya no, ahora solo sirve una escala de Re-menor
sonando entre un piano que toco yo, una escala de Re-menor que se mueve a mi
antojo y no necesita aprobación de nadie para sobrevivir. Ya no hay razón para
mentir porque aunque esto está escrito un poco con la segunda intención de que
se lea (no por cualquier lector si no
por el lector que debería acercarme la escalera y permitir que suba al segundo
nivel), está también escrito con la sublime intención de guardar un momento mío
que pueda resultar innecesario en el futuro, un recuerdito que debe almacenarse
en el cuarto de sanalejo que cargo en
la mochila de las eternidades.
Cae un segundo poema, la rama lo
llora, era uno bueno, uno de los que son irrepetibles, un conjunto de palabras
que tiene cuerpo y han sido acción.
Ah, te vi entre las luces.
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